martes, septiembre 06, 2011

Sin luz ni norte ¿qué camino de vida seguirán los jóvenes?


Que no nos sorprenda escuchar a un joven bachiller o universitario decir “a mí, la política, no me interesa”, o “no leo porque me aburre, no me puedo concentrar”, “¿para qué voy a estudiar si no voy a trabajar en lo que me gusta?” y decenas de argumentos que a los adultos nos parecerían una falta de responsabilidad y conciencia por parte de los jóvenes.
Hemos malcriado jóvenes. Les facilitamos las cosas con tal de mantenerlos a raya, satisfechos en sus demandas de ocio y acortamos las horas de estudio pues, por ser jóvenes, se pierden de la gran fiesta veraniega de la juventud. Y esa libertad mal administrada desembocó en la apatía total hacia los temas sociales, culturales y económicos a cambio de la total enajenación con un modelo de vida incongruente con su realidad: la vida materialista, el poder del dinero y la satisfacción del ego en pos de una inmortalidad subjetiva, vivir rápido para morir joven.
Quintana Roo, por su condición de estado turístico y fronterizo proporciona toda clase de actividades para el entretenimiento y la fiesta. El último censo de población y vivienda realizado por el INEGI en 2010, Quintana Roo registró una población de 1 millón 325 mil 578 habitantes. En Othón P. Blanco, la población de 18 años y más con nivel profesional (2010) es de 26 mil 515 habitantes; casi el 13 por ciento de la población total del estado mayor de 18 años. Jóvenes de entre 18 y 29 años se encuentran en el desempleo o el subempleo, sin un lugar en alguna universidad pública o no quieren trabajar o estudiar.
Ser un “estado joven” no significa únicamente tener pocos años de haber sido creado ni concentrar a la mayor cantidad de habitantes jóvenes dentro de un rango de edad; ni siquiera repetir el slogan como mantra. La juventud es sinónimo de búsqueda constante en sentido humano, encontrar la razón de ser y pertenecer dentro de una sociedad. Un camino lleno de lastres, caminos bifurcados y encrucijadas que pueden ser superados si les proporcionamos las armas ideológicas y físicas para sobrevivir a la vorágine provocada por la vida moderna. Nuestra ciudad capital no es territorio fértil para el desarrollo de nuevas ideas ni existen espacios que propicien el crecimiento espiritual como seres humanos. Tampoco existen foros de discusión ni cine clubes que estimulen a los sentidos en la contemplación de algo más que una botella azul, vacía, a orillas de la bahía.
Por el contrario sería injusto incluir dentro de un grupo determinado a aquellos que se mantienen al margen de lo establecido. Jóvenes que para el resto del común no son más que “desadaptados” pero que en su afán de búsqueda y sentido de pertenencia realizan actividades distintas al joven promedio: los diseñadores, escritores, geeks, nerds, hipsters, darketos, rastas, y un largo etcétera que conforman las llamadas “tribus urbanas”. Es esta porción de la población joven la que más demanda lugares de desarrollo cultural e intercambio del conocimiento. En el “subterráneo” (ese espacio que parece reservado para unos cuantos conocedores, jamás visitado por la sociedad consumista) se gestan las manifestaciones que dan forma y vida a una sociedad que nada tiene que ver con rostros, marcas o fiestas “after hour”. Son las voces de una conciencia abierta a nuevas formas de vida y de percibir el mundo. Para ellos también se han cerrado las puertas en espacios culturales, museos, galerías o escuelas; tantas veces golpeados o intimidados por su manera de vestir o la alternativa forma de vivir el amor y su propia sexualidad.
Los espacios culturales para jóvenes no existen y cada vez hay más latas de cerveza vacías tiradas en los camellones del boulevard. Día a día en los universitarios muere la identidad cultural, la capacidad de crítica y la determinación para hacer valer su voz ante imposiciones ante la deslumbrante vida nocturna y sus (muy pocas) maneras de evadir la realidad.
De nada sirve un aparato institucional de cultura que a lo largo de los últimos tres años se ha convertido más en un escenario de egos y exhibiciones de la “clase alta”, en vez de educar al pueblo y llevar las manifestaciones culturales a todos los rincones de la entidad.
Pensamos y sentimos muy poco; compramos y deseamos en exceso.
Ante la irrefrenable sucesión de acontecimientos en los que la sangre y la violencia son el leitmotiv de la vida nacional, hacen falta más libros que nutran la conciencia y el discurso. Ante la desesperación por huir de una monotonía o la imparable lluvia de balas hacen más falta el trabajo bien remunerado y el acceso a la educación de calidad, humana y científica.
De nada sirve rezar si no se puede blandir el martillo para romper cadenas y construir el progreso.
Ante la pérdida de valores éticos y morales, el arte aún puede salvarnos de la destrucción total de nuestro espíritu humano. Lo que no debe continuar es el crecimiento de espacios consagrados al ocio ni el crecimiento de una población joven sin luz ni norte, subempleados o desempleados. Hasta aquí la reflexión y en el aire vuela una pregunta ¿qué futuro vamos a heredar a los más jóvenes si ya acabamos con la fuerza de su espíritu y su espacios de desarrollo y crecimiento social? 

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