domingo, junio 17, 2007

¿YA LEÍSTE BIEN?


¿YA LEÍSTE BIEN EL RESTO DEL CONTENIDO EN EL ABISMO?
ME IMAGINO QUE NO... PUES ¿A QUÉ ESPERAS?...
EN ESTE ESPACIO HAY DIVERSOS TEMAS Y ALGUNAS DIVAGACIONES PERSONALES, NO SE HACE PROPAGANDA A NADIE MÁS QUE A LAS IDEAS... SI QUISIERA HACERME PROMOCIÓN YA HUBIESE SUBIDO CIENTOS DE FOTOS MÍAS, PERO NO.
SALUDOS A TODOS LOS CYBERNAUTAS TRASNOCHADOS, AMANTES PERDIDOS, NÍNFULAS SEDIENTAS, HIPPIES CONTRACULTURALES, YUPPIES DESENGAÑADOS, IZQUIERDOSOS SOÑADORES, DERECHISTAS MANIPULADOS, COMUNISTAS ANACRÓNICOS, ICONOCLASTAS, LOLITAS EXPLORADORAS DEL CYBERESPACIO, INVESTIGADORES, PUNKETOS, DARKETOS, CHÚNTAROS, NACOS, FRESAS, HIJ@S DE PAPI ESCENOSOS, AMAS DE CASA DESESPERADAS, EXTRATERRESTRES PERDIDOS EN LA TIERRA, HOMOSEXUALES, FUMADORES DE MOTA, VENDEDORES DE SUEÑOS, TRANSCRIPTORES DEL LENGUAJE DEL AMOR, CONSUMIDORES DE UTOPÍA, LICENCIADOS Y MAESTROS, DOCTORES Y ENFERMOS (MENTALES), LOCOS, HARE KRISHNAS, MUSULMANES, CRISTIANOS, BUDISTAS Y REVOLUCIONARIOS; A CUALQUIERA QUE SIMPLEMENTE VIVA Y DEJE VIVIR... BIENVENIDOS SEAN AL ABISMO SÓNICO.

La niña de los girasoles


Para Frida, a quien amé entre humo dulce y besos a escondidas.

Dicen que “el amor de tu vida” llega sólo una vez en esta larguísima película en technicolor. Cuando conocí a Frida yo aún gastaba mis horas ensayando en los salones de la Escuela Nacional de Música y ella atendía la carrera de Ciencias de la Información en la Facultad de Filosofía y Letras, ambas facultades pertenecientes a la UNAM. Ella tenía 23 y yo 26. Nos “encontramos” una tarde de febrero de 2002, durante los paseos que solía hacer en “las islas” cercanas a Filosofía. Los pasillos de “filos” están repletos de vendedores ambulantes de discos, libros, papelería, revistas y hasta uno que otro repostero anónimo. Así, mientras mis oídos recibían el sonido gris y angustiante de Javier Corcobado, mis deseos se encarnaron en una mujer morena, de cabello rizado y grandes ojos negros almendrados, cubiertos únicamente por los lentes de grueso armazón color carey. Y dije nos “encontramos” porque ese episodio marcó una etapa muy importante en la vida de los dos, dejó huellas indelebles en la piel y una larga sesión de exorcismos que posteriormente se tradujeron en visitas al comelunas.

El disco de Corcobado sirvió de pretexto para comenzar la charla con Frida quien de inmediato mostró empatía hacia mi, no sólo por la forma en que abordé la charla sino porque llevaba mi guitarra a cuestas (en los años de universitario fue mi única “compañera de viaje”) y a Frida le encantaba ver que alguien tocara la guitarra. Sobra decir que mis interpretaciones de música barroca para guitarra y el repertorio completo de canciones de “La gusana ciega” la dejaron como groupie después de un concierto de Led Zeppelín.

Teníamos cosas en común: los Doritos enchilados, la literatura existencialista, la música de “La gusana ciega”, acampar en el bosque, los cigarrillos, las aventuras nocturnas, hacer el amor, el dolor y la angustia, la soledad que era compartida e interminable. Con ella aprendí que los silencios se disfrutan mejor si miraba en sus ojos. Era una mujer de finos rasgos, casi mozárabes. Nos enamoramos lentamente, de la manera en que el licor se sube a la cabeza y el sonido de un relámpago tarda en escucharse después de caer a la tierra.

Durante la adolescencia me escapaba a lugares fuera de este mundo, pero con Frida escapaba a los confines del Universo y a las profundidades del alma, de la noche y de los sueños entre humo e incienso. Entre sus piernas dejé más que mil acordes apasionados, meros clusters dibujando una emoción nunca antes experimentada. Fuimos amigos leales, amantes desunidos y amorosos apasionados, sombras proyectadas en las calles solitarias del sur de una Ciudad de México que se abría de par en par a los “perdidos en medio de la nada”.
Frida me llevó a la antesala de mi lado oscuro, apenas visible a mis ojos desde los 19 años pero que hacía eco en los tímidos textos “existencialistas” recogidos en cuadernos escolares. Una noche llamó a mi casa, desde un teléfono público. Su voz sonaba temblorosa y estaba asustada: alguien quiso abusar de ella. Acudí hasta el lugar donde se encontraba, casi en la periferia de la ciudad. Nuestras vidas cambiaron a partir de esa noche.
Cuando pienso en aquellos días prefiero recordar el aroma de su perfume y el sabor de los chocolates con menta en sus labios, sus lentes de grueso armazón o el vaivén de sus caderas moviéndose mientras caminábamos por el parque México.
Los Smashing Pumpkins sonaban en un viejo walkman (“Pop-tart, what’s our mission? Do we know but never listen”) mientras mis dedos recorrían los caminos trazados por el sudor sobre su pecho y sus muslos. Desnuda o vestida, tomaba el lugar que mi guitarra ocupó durante muchos años, con el embrujo de sus caderas dejando al descubierto el color de su intimidad. Ella fue la marea que me arrastró hasta el mar abierto de mi soledad. Por Frida sembré girasoles en el jardín de mi abismo sónico.
Aprendí que la vida es una película sin permanencia voluntaria en donde el verdadero dolor es el que nace de una ausencia en el alma y de las despedidas por teléfono a media noche. También descubrí que todos tenemos un lado oscuro pero que sólo unos cuantos tienen el valor de enfrentarlo hasta superar la lucha contra los demonios internos.
Ella no sobrevivió a la batalla. No estoy seguro en donde reposan sus caderas o si un mármol labrado con su nombre menciona que “era la niña de los girasoles”. Quiero imaginar que –como dice una canción de “La gusana ciega”- “ahora juega en el jardín de alguna institución”, aunque su ausencia es como la humedad de una tarde lluviosa en la Ciudad de México: que cala y duele hasta los huesos.


Es por eso que respondo afirmativamente cuando me aseguran que “el amor de tu vida sólo llega una vez en la vida”, porque nunca se ama con tanta intensidad y pasión dos veces y de la misma manera.
Por Frida es que me gustan los girasoles: “porque me hacen feliz en medio de mi tristeza infinita” (Frida Elizabeth).






lunes, junio 11, 2007

Entre el talento, la técnica y el ego…

Advertencia.- Este artículo no pretende atacar ni herir a nadie, tan solo describe un panorama del ambiente artístico y cultural de esta región del país, con el único fin de erradicar un cáncer en la comunidad artística.

Pequeño gran rockstar, todo acabó, te traigo una Tutsi Pop para que dejes de llorar. Todo lo quieres pero nada sabes usar.” Jumbo, Rockstar. 2001
En algún momento y en esta misma columna manifesté que uno de los grandes problemas de la comunidad artística es el ego. Esta es una enfermedad con la que uno nace y que pocos saben controlar. Es casi como el Síndrome de Tourette.
El ego consume al artista a tal grado de dejarlo irreconocible, por ejemplo, un jovencito que comienza su actividad creativa y artística en un rincón de su casa, con una computadora, una guitarra o diversos materiales de artes gráficas. Con el tiempo y la práctica desarrolla el talento o las habilidades técnicas, sin embargo no alcanzan el virtuosismo y la maestría. Con un poco de suerte –y de contactos- comienza a figurar en foros, talleres, muestras fotográficas o cualquier evento artístico y cultural que se presente. En una ciudad como Chetumal es muy fácil calificar a algunos como “súper artistas talentosos y creativos”. Aclaro que no veo con malos ojos y que aplaudo a todos aquellos que se avientan a crear cosas, que proponen y trabajan en obras artísticas. Lo que me parece totalmente absurdo es el hecho de inflar a un artista en ciernes y que éste pierda el suelo.
Una estrella puede brillar en el cielo nocturno pero aunque brillen todas las noches, se apagan.
Conozco a gente con mucho talento, con ideas interesantes o si no interesantes y conservadoras, por lo menos tienen las ganas de llevarlas a cabo. Son gente que a pesar de no tener una preparación artística en forma, tiene la capacidad para hacer grandes cosas y conseguir un lugar destacado en las artes. Pero volvamos la cara a la realidad para recordar que en Chetumal no hay una cultura del arte. No hay educación. No es lo mismo ser alfabetizado que tener educación o preparación universitaria. Los universitarios apuestan más por las fiestas de aniversario de Akua que por asistir a una Muestra Internacional de Cine.
La ciudad, con su ambiente artístico y cultural, es como un pequeño circo: todos los animales se sienten importantes. Esto deriva de la “inflación” – ¿o inflazón?- de artistas y creadores locales, quienes sienten como poco a poco el aire de la adulación recorre sus venas. Y las toxinas del ego surten efecto cuando alguien con cierta experiencia y preparación emite una crítica hacia el trabajo del artista. Las críticas no destruyen, eso depende de la madurez intelectual y la preparación académica del que recibe la crítica; por el contrario, es una crítica constructiva cuando se asume la responsabilidad de la obra y se acepta la crítica como una vía hacia la perfección del arte, la técnica y la interpretación.
Es cómico ver cómo unos se destrozan a otros, pero también es denigrante tanto para los artistas y creadores como para quien escribe esto. El arte no tiene que ser una competencia para ver quien tiene el pene más largo y grueso o quien tiene las tetas más grandes. El arte se trata de crear, de mover afectos, humores; se trata de mover a una masa (el pueblo), de incentivar el desarrollo humano, de entretener y divertirse. Gracias a la excelente influencia de la televisión –me río de lo que acabo de escribir- es que nos han formado la idea de un artista: artista es aquel que sale en la tele, tiene cara bonita, ojos verdes, anoréxicos; artista es aquel que salió de un programa televisivo como “Lacrademia”. El narcisismo comienza a desplazar a la razón, las imágenes no sirven para crear una idea que produzca placer, el placer radica en sentirse amado e idolatrado.
Y es que en esta ciudad –pequeña, por cierto- todo se mueve por una necesidad aspiracional de ser populares a cualquier costo. El ego no es malo, a veces es necesario para salir adelante ante las adversidades. Lo malo es perder el suelo y volar en alas de un espejismo. Lo sé porque alguna vez solía perder el suelo hasta que mi reflejo se proyectó sobre un espejo roto. Pero hay que salir a conocer el mundo y experimentar aires diferentes, públicos distintos e ir preparados para recibir las criticas que se presenten. En Chetumal es muy fácil recibir críticas favorables respecto a nuestro trabajo artístico, pero no porque provengan de nuestros mejores amigos sino porque la gente no suele ser sincera.
Hay talento en Chetumal, no deben permitir que se pierdan en el mar de la adulación hipócrita; tienen que prepararse y salir de este lugar, modificar su cosmovisión, llevar el arte más allá de donde lo encontraron.