martes, julio 22, 2008

Como si tuviésemos todo el tiempo del mundo

“Uno soñaba que era rey…” Francisco Gabilondo Soler.


Yo no me eduqué en una universidad inglesa, simplemente me educaron correctamente. Siempre llego puntual a las citas, eventos o cualquier reunión social. Para mi es una costumbre sólida el llegar puntual a conciertos, recitales, proyecciones de cine, exposiciones, pasarelas y a las clases. En resumen, la impuntualidad es un grave error, casi un pecado, y es uno de los peores insultos luego de la célebre mentada de madre.
Ahora bien, y regresando a la educación, en la universidad fue donde la costumbre de la puntualidad se convirtió en algo que me acompañará toda la vida. No sólo porque es de buena educación ser puntual sino porque los músicos (y los artistas en general) necesitamos llegar a tiempo a ensayos, conciertos, recitales, grabaciones: la puntualidad es una disciplina. Y más allá de cumplir con un programa y un horario establecidos previamente, la gente merece nuestro respeto: audiencia, público, invitados a exposiciones o premier de cine.
Hace unos días asistí a la inauguración de una exposición plástica en el Museo de la Cultura Maya, misma que estaba programada para las 8 de la noche. A la hora señalada los invitados ya se encontraban reunidos afuera de la sala Dzibanché donde se instaló la exposición. El calor habría sido un detalle intrascendente de no ser porque ya habían pasado quince minutos después de la hora señalada para que empezara el evento, ¿la razón?, el presidente municipal Ruiz Morcillo no llegaba. ¿El señor es impuntual?, no me consta, lo he visto llegar a tiempo en otras ocasiones pero esta vez se pasó, llegó una hora más tarde.

Chetumal tiene un horario alterno al de cualquier huso horario de la república: “la hora de Chetumal” (si Felipe Carrillo Puerto tiene “horario rebelde”, ¿por qué no un horario chetumaleño?). Si lo citan a uno en el café que sea, por ejemplo a las seis de la tarde, se recomienda que lleven consigo un libro, un iPod o una revista pues tendrán que esperar durante media hora o más. Las costumbres se aprenden de los padres, y aquí viene una especie de ironía. Durante años los chetumaleños han creído que el gobernante en turno hace las veces de “padre protector al que todos obedecen, alaban y no cuestionan”. La primera regla de la armonía social (adormecida en su sentido común) establece que no se debe cuestionar a los padres, a pesar de que como seres humanos también son imperfectos (todos lo somos). Los niños aprenden lo que viven con sus padres -qué pena, aprenden lo malo a la perfección- y muchos ya aprendieron a llegar tarde. Otorguemos el beneficio de la duda hasta que se demuestre lo contrario.
Me molesta tener que esperar durante más de media hora y en las circunstancias que sean. Me molesta sobremanera que durante los eventos artísticos y culturales tengamos que hacer caravanas a una bola de burócratas a los que en realidad el arte y nuestro trabajo no les importan: aplaudirles demasiado por el hecho de verlos llegar y manotear al personal no se compara EN NADA con las acrobacias de un artista del Cirque du Soleil. El colmo es ver a la figura burocrática principal (la que sea) leyendo y enviando mensajes durante la escenificación, interpretación musical o desarrollo coreográfico: preferiría una mentada o un “bájate, déjanos tus datos, nosotros te llamamos”.
Esos burócratas, desde el más grande al más pequeño, obviamente no tienen idea de nada en cuanto a trabajo artístico y disciplina se refiere. Por ejemplo, no creen que un músico tenga practicar durante ocho hora diarias para alcanzar la presteza en la técnica musical y la interpretación de cualquier pieza musical (¡ah!, es que artista es el que sale en la televisión). Los cuadros pictóricos son el resultado de una idea elaborada a base de mucha técnica, un poco de alma, demasiadas dosis de filosofía y elementos culturales, no son simples trazos para colgar en la pared. Las bailarinas no se paran de puntas para que admiren sus cuerpos delicados y bellos, están contando una historia en silencio y con pasión (por lo menos, para admirarlas, dejen de leer los mensajes en el celular). El poeta y el novelista no escriben palabras sin hablar como galimatías literario entre mensajes ininteligibles (es más ininteligible un discurso de fiestas patrias).
Las figuras principales en un evento artístico no son los líderes de opinión ni los gobernantes, sólo son invitados; pero aunque son invitados de honor “que realzan el evento”, éstos deben llegar puntuales a las citas y, por educación y respeto a los artistas, DEBEN APAGAR SUS TELÉFONOS CELULARES. Dejarlos encendidos y enviar mensajes mientras el artista realiza su trabajo no les da mayor importancia.
No sólo se trata del gremio artístico sino de la gente en general. Por esa razón considero que los mítines políticos no son plataformas para exponer propuestas en beneficio del pueblo, es un simulacro de ayuda social con fuertes dosis de condicionamiento reforzado: obedece, grita cuando yo alce la mano y a cambio te doy una tortita atascada de mayonesa (debes verte bien alimentado aunque presentes un cuadro de desnutrición grave).
Los artistas beneficiamos al pueblo y no diré por qué, hagan un esfuerzo y analícenlo. El tiempo, tan abstracto en su concepción ideológica, es valioso, rinde frutos si se aprovecha correctamente. El respeto a los demás es una virtud y la impuntualidad habla mucho de la persona que la practica.

miércoles, julio 09, 2008

Por qué dejé de hacer música… en Chetumal

En lo que va del año una serie de sensaciones anidaron en mi interior al punto que no cesaba de repetirme: “ya no sé quién soy”. Solía ser músico, guitarrista clásico y eléctrico, escribía música para mí, para mi banda y para algunos grupos artísticos del Distrito Federal y Chetumal. El exceso de trabajo en estos ambientes editoriales mermaron mi tiempo y la música quedó relegada al rincón de los trebejos. Creí que mi naturaleza artística había muerto para siempre; tocar mi instrumento era la manera más sencilla de volar por encima de todos –durante la adolescencia- y encontrar una cura a mis dolencias espirituales propias de la edad. Cuando decidí tomar a la música como una profesión universitaria y de alto rendimiento, ésta se había convertido en mi pasión, mi extraña forma de vida. Y necesitaba pensar en cómo vivir de ella, urgentemente.
Trabajé como músico en la Ciudad de México en diversas actividades y proyectos, enseñé guitarra clásica durante dos años y hasta escribí una suite para un cuento radiofónico que alguien me robó. En 2004 regresé a Chetumal casi a la deriva moral, sin saber qué hacer y sin trabajo.
En Chetumal no hay campo de trabajo para aquellos que hayan tomado a las artes como una forma de vida. Para hacernos “productivos” ante la sociedad recurrimos a diversas actividades como el entretenimiento para fiestas, música versátil para amenizar bodas y comilonas (aunque nadie escucha absolutamente nada), el diseño publicitario, entre otras actividades que si bien nos dejan para pagar la renta eclipsan el espíritu creador del artista. Ya hablé del cáncer del artista: su propio ego. Eso no es tan grave pues el ego no es el único enemigo del artista sino la sociedad y sus propios colegas.
Un artista se prepara durante años en el perfeccionamiento de su técnica (ya sean actores, escritores, artistas plásticos y músicos), misma que no es gratuita sobre todo si se quiere aprender de los mejores; unos gastan en cuerdas, en el instrumento o equipo de audio, tela para lienzos, pinturas, pinceles, vestuario, libros, papel, computadoras, partituras, libretos, puntas, zapatillas de jazz, maquillaje, y un largo etcétera. Además del gasto en equipo y material de trabajo está el pago de honorarios y sus respectivos impuestos. El “artista muerto de hambre” es un mito clasemediero inventado por alguien que quiso ser artista y sus padres no se lo permitieron… bueno, no, en realidad es un mito que la burguesía y la clase media se empeñan en fomentar cerrando las fuentes de trabajo para nosotros y educa a la masa en la chatarra artística más inmediata y efímera.
¿Por qué dejé de hacer música en Chetumal? No fue por el trabajo ya que durante el primer año que pasé siendo reportero de cultura me quedaba tiempo para escribir música, misma que se transmitía en un programa de radio; participé en algunos recitales de música popular, de jazz y rock. No fue ni siquiera la falta de estudio de mi instrumento y la consecuente parálisis muscular. Tampoco fue porque se hayan agotado las ideas pues durante el fin de semana pasado escribí nuevos temas, para mí, pero los escribí con la facilidad y soltura de antes.
No hay pretextos. Dejé de escribir música porque en esta ciudad el arte está subvalorado, se regatea, se ningunea y sólo se le paga a los extranjeros (¿acaso ellos son los únicos que saben de arte?). Desde el director de cualquier escuela de música, kinder y secundaria, hasta el dramaturgo, el mimo o la coreógrafa obsesionada con que la música se adapte a los movimientos del bailarín (y a los berrinches de la propia coreógrafa), los dueños de bares, las casas de cultura, las secretarías de educación, las de cultura, los mismos artistas y la lista es interminable.
Los artistas también se registran ante Hacienda para pagar impuestos por el servicio que prestan. Sí, entretenerlos es un servicio, ¿a poco creen que por hacerlos reír o amenizar sus noches de seducción con música romántica es de a gratis?, ¡por supuesto que no!, somos profesionistas como los abogados, ingenieros, los médicos y administradores. No somos usureros del arte aunque existen artistas chabacanos. La culpa la tenemos nosotros y la misma sociedad educada en un sistema que no contempla al arte como un producto sino como una carga innecesaria (¿para qué pagar por una serie de ideas revolucionarias o un montón de ruido que no entiende la masa?).
La inmensa mayoría de las personas creen que un artista es sólo aquel que sale en los programas de televisión como Lacrademia o el Big Brother; el joven que pinta o la hermosa chica que se mueve como cisne, no son artistas, sólo les gusta pintar y bailar. Por culpa de mercenarios como Sebastián, los gobiernos no pagan a los artistas de manera justa, pagamos justos por pecadores.
No nos convertiremos en millonarios pero tenemos que pagar renta, impuestos, material de trabajo; los que tienen familia que mantener no viven con doscientos pesos por la musicalización de una obra teatral (aunque al final esa obra gane un premio en efectivo) ni pagan los útiles escolares de los hijos. La vida moderna se basa en el valor que una persona adquiere al acumular objetos y baratijas que no sirven para nada. Es más barato invertir en una máquina de karaoke que invitar a un grupo para amenizar la fiesta.
Existen dos polos: los que consumen arte y pagan cualquier precio porque saben el valor que tienen las expresiones artísticas y su producción; y por otro lado están los que consumen chatarra del entretenimiento, los que pagan veinte pesos por un disco pirata pero no pagarían cincuenta u ochenta pesos por una obra de teatro o un concierto de jazz. En Chetumal es así.
En la ciudad hay talento en bruto y otros que merecen presentarse en foros bien iluminados y sonorizados, cada producción cuesta y no sólo hay que recuperar la inversión, también hay que pagarle a los músicos, bailarines, a todo el personal artístico y de staff. Pero siempre es el “no hay no hay”. No hay presupuesto, es sólo por amor al arte.
Amo el arte. La música es mi pasión y aunque escriba en este periódico (que igual me gusta hacerlo), jamás abandonaré la música: escribiré música para mí. Mientras siga habiendo “amiguismo” en Chetumal, el arte será un remedo de la vida y los productos finales serán los más chabacanos y, con justa razón, la gente no querrá asistir a escuchar o admirar el trabajo artístico.
No morimos de hambre, sólo se muere el espíritu creador. Las musas son utopías y de aplausos no vive el payaso.