sábado, febrero 10, 2007

El rock no tiene la culpa sino el que le calla la boca

Chetumal, por una razón explicable, es una ciudad extrañamente NO roquera y al mismo tiempo alberga a amantes del rock desde hace muchos años. Como ciudad caribeña ha recibido la fuerte influencia de la música beliceña, jamaiquina y de las antillas menores. A través de los años ha recibido a gente de distintas partes de la república mexicana y el Distrito Federal, lo cual ha nutrido con diversas maneras de pensar y de vivir al entorno local. En pocas palabras, un calidoscopio socio-cultural.
Recuerdo cuando, en 1981, la música tradicional que se tocaba era el calypso y la gente bailaba alegremente mientras que a mi me parecía una música extraña y acabó por gustarme. Ya en la adolescencia presencié mi primera tocada de rock en la preparatoria. Entonces creía que podía cambiar al mundo. A partir de entonces buscaba espacios en donde pudiera presentar a mi banda de rock, comprar discos o conocer gente con gustos afines.
Los espacios siempre fueron pocos o nulos; la gente con gustos afines era suficiente y fue creciendo con el tiempo.
Volviendo al presente, hace un año (octubre de 2005) asistí como invitado al III Ciclo Interactivo Universitario en la UQROO en el que se habló de rock. De tal manera, el evento fue un foro de rock abordado desde una perspectiva académica. Como en antaño, este tipo de actividades no interesan a las autoridades universitarias por el hecho de creer que la música es intrascendente y si es rock, pues peor. No obstante, las actividades transcurrieron de manera favorable pese a la poca asistencia. De este ciclo, cada año se realiza uno de Reggae dado el arraigo local a esta música y goza de una buena aceptación.
No en vano, Víctor Roura, invitado especial en el ciclo, expresó que Chetumal es un lugar “no roquero” y que esperaba ver una interacción por parte de la comunidad universitaria.
Desafortunadamente los espacios donde los jóvenes puedan expresar sus ideas se han cerrado, clausurado, exterminado o secuestrado… o en el peor de los casos, se han edulcorado o institucionalizado (no sé qué sea lo más grave, realmente). Se ha limitado el acceso a jóvenes con ideas innovadoras bajo la amarga máscara de fascismo cultural donde, únicamente, tienen cabida las ideas políticamente correctas. Si en la política hay dinosaurios, también los hay en el ámbito cultural. Claro, igual estan los “espacios” donde se vende una imagen “light” de la vida a los “chavos”, creando seres incapaces de pensar y de tener un criterio propio.
En el caso del rock, se le sigue viendo como una amenaza contra lo establecido, es necesario castrarlo y mantenerlo lejos de las mentes juveniles (sí, tenemos miedo de una insurrección juvenil). Déjenme decirles que el rock no tiene la culpa.
El rock no tiene la culpa de que la generación actual no tenga capacidad de análisis ni las suficientes armas para opinar o crear. El rock no tiene la culpa de que los jóvenes no lean, no tengan conciencia política ni ecológica. Los jóvenes no se convierten en seres “estúpidos” porque sí. Detrás de todo eso tuvo que haber una acción inutilizadora sobre el intelecto de aquellos a quienes las viejas generaciones les profesan aversión. Todo ser humano inteligente puede desarrollar genialidad.
Pero dentro de las viejas generaciones hay sus honrosas excepciones y quiero pensar –de una manera utópica- que son esos individuos que han mantenido sus ideas firmes e incorruptibles. Ningún tiempo pasado fue mejor que el presente ni será mejor que el futuro y viceversa. Como diría John Lennon. “Tomorrow never knows”.
¿Dónde van a encontrar los jóvenes un espacio cultural acorde a sus inquietudes, ideas, sonidos e imágenes? ¿A dónde llevar su propuesta innovadora que no sea a través de becas otorgadas por instituciones copadas por viejas y cuadradas ideologías? ¿Qué opciones les ofrece un medio como la radio que no sea la música comercial ni los amargos comentarios en contra de personajes públicos? Y ya ni hablar de la televisión. Recuerdo una estación llamada Radioactivo, allá en el Distrito Federal; la mataron para crear una estación más de noticieros y reportes viales. Radioactivo ofrecía la opción cultural acorde a nuestra ideología e inquietudes; era irreverente pero con un sentido crítico, se escuchaba música poco común de la que se escuchaba en el cuadrante y había programas especiales en los cuales uno aprendía temas interesantes, invitaba a la lectura de libros. Cuando cambiaron su formato, al gerente del grupo radiofónico le llovieron las protestas de una juventud enardecida, no por escuchar rock sino porque les cerraban su espacio.
Tan pocos espacios y tan poca juventud y vida. No culpo a Pete Townshend cuando escribió: “Prefiero morir antes que llegar a viejo”.
Respeto a la gente adulta, yo estoy llegando a la edad adulta. Lo que no me parece válido es querer cerrar el paso a las nuevas generaciones. De gente adulta extraordinaria he aprendido las cosas que hoy sé, de gente adulta brillante aprendí a tener un sentido crítico y de gente adulta fantástica nací.
¿Qué aprendí del rock? Aprendí mucho y tal vez algún día escriba de todas las cosas que he descubierto en ese camino sinuoso. Descubrí mi vocación artística y encontré a grandes camaradas. Pero sobre todo, aprendí a no conformarme con una sola cosa. El mantenerse inconformes nos hace mejorar como personas y profesionistas.
Estoy seguro que allá afuera, en las calles de Chetumal, hay miles de almas que buscan su camino, sea con el rock o con el reggae. Abran las puertas… de la percepción.

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