sábado, febrero 10, 2007

Detrás de las viejas escuelas vienen nuevas ideas… pero nadie quiere escuchar.


Un artista es una persona que crea una obra con el fin de transmitir un mensaje, una idea o un estado de ánimo. En el mejor de los casos el artista propone nuevas formas de expresar las ideas, rompe con los clichés y con los cánones que dictan “los altos jerarcas de la cultura y el arte”. Desgraciadamente –o para su fortuna- esos artistas no se encuentran dentro de las instituciones oficiales de cultura.
A mi mente viene un recuerdo de la infancia. De repente todo mundo pareció enloquecer con una canción que expresaba cierta “identidad” local: “Suéñame Quintana Roo”. Obra de un argentino que, según me han informado algunos, fue escrita por encargo. Como sea, esa verdad sólo la sabe el autor. Hasta la fecha, hay almas que se conmueven hasta las lágrimas al escuchar esa canción una y otra vez.
Lo anterior es sólo un referente para lo que a continuación describiré. En mis días de secundaria pertenecí al coro de una de las secundarias más antiguas de Chetumal y que a la fecha cuenta con 32 años de existencia (el coro, por supuesto). Mientras pertenecí a dicha agrupación conocí el repertorio de compositores que habían dedicado su obra musical al estado. Muchos resultaban desconocidos para mí. Ahora sé que Carlos Gómez Barrera fue un prolífico compositor que no sólo escribió canciones inspiradas en Quintana Roo, también escribió sobre otros temas.
Toda esa gente que ha dedicado más de una canción a su tierra natal merece mi total respeto. No es fácil sentarse a escribir una canción, encontrar las palabras adecuadas que combinen rítmicamente y que sin ser rebuscadas no resulten simples. Si hay un músico local que admiro es a Benito Loeza (para quienes no lo recuerden, Benny y su Grupo les resultará familiar). Simplemente, todo artista merece respeto y merece ser escuchado.
Ahora bien, el tiempo transcurre como agua de río. Las obras artísticas ofrecen la inmortalidad o el ostracismo. Chetumal ha crecido en su mancha urbana y en la diversidad de población, lo cual nos permite pensar en un calidoscopio de sonidos, aromas, colores y lenguaje. Los niños nacidos en la década de los setenta han crecido, y los nacidos en los ochenta no se quedan atrás.
En el “subterráneo” existen músicos y creadores con una nueva visión de su entorno, con ideas que reflejan el sentir de su generación. Sonidos que emergen del fondo de su alma, coloreados por las nuevas tecnologías y armonías disonantes pero no agresivas.
Desde el bossa nova, el techno, la balada, el pop, el rock pop hasta el sampleo de sonidos concretos, estos nuevos músicos y compositores dedican horas enteras en la creación de una música inspirada en su vida diaria, en sus deseos más profundos. Con letras reflexivas, algunas veces simples y superficiales, estos músicos no buscan pertenecer a ningún círculo “selecto” de artistas.
Y no son músicos únicamente; también son pintores, escritores, teatreros, grafitteros, bailarines y artistas multimedia los que ofrecen nuevas formas y técnicas de expresión de las ideas. ¿Cuál es el inconveniente para que estos artistas trasciendan? Tan simple es la respuesta: no dedican su trabajo a Quintana Roo. Vaya pues, en el sentido más sencillo, no caen en el cliché de escribir obras que hablen de “la luna del caribe, el turquesa de las aguas, la milenaria tradición de los Mayas y los árboles del chicle”, o en el peor de los casos, no tienen un apellido de tradición en la ciudad.
Basta con contar en el repertorio u obra artística con una pieza que no ostente el “clichoso” título de “Laguna de siete colores” o cualquier nombre en maya para ser ignorado por “los altos jerarcas de la cultura” local.
Esto es un arma de dos filos: o se preserva la identidad folklórica del estado a costa de segregar a estos artistas, vetándolos en todos los foros culturales, o se impone un parámetro de creación poniendo fin así a la libertad creativa y provocando un estancamiento artístico. Con respecto al primer “filo” del arma, en Quintana Roo no hay una identidad cultural, a excepción de la cultura maya del centro del Estado pero para llevarla a los niveles de difusión que merece, hay que luchar contra un racismo subliminal proveniente de los medios masivos de comunicación.
Tratar de abrir espacios para nuevas propuestas de arte procedentes del mundo “subterráneo” es como luchar contra guerreros de aire. Tampoco se trata de restar mérito al trabajo de los viejos compositores y creadores, ellos ya se ganaron su lugar, pero detrás vienen nuevos sonidos, colores, letras, forma y movimiento.
Abrir los oídos y la mente ayuda a percibir el mundo del modo natural como es. Aquella institución cultural que continuamente cierra sus oídos y ojos a las propuestas realmente novedosas, propositivas y de calidad mantiene la incredulidad como sello personal, se llena de más de lo mismo y la fuga de talentos no se detiene. Y si algunos talentos no aceptan la integración a las filas de las instituciones se debe a la imposición de cánones que coartan la libertad creativa.
Más de tres veces, el mar de la bahía de Chetumal me ha ayudado en los momentos de reflexión, ha sido marco de ideas a desarrollar y sigo convencido de que el mar de la bahía y el Río Hondo son los únicos testigos reales de la historia de esta ciudad, no la gente. Esta es una tierra maravillosa, ideal para la reflexión. Pero tengo la libertad de titular a una canción “Sobre el mar” y no “La luna sobre el mar de Chetumal” porque, al final de cuentas, la música y el resto de las artes, son universales.
De nueva cuenta, mi respeto y admiración para los compositores locales.

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