jueves, septiembre 14, 2006

La vida con sonidos en Technicolor.


Escribir sobre la música que me ha acompañado a través de mi vida, sería como subir a un árbol e intentar posarse en cada rama. Hay muchas ramas para empezar a subir por una sola. Mis primeros recuerdos musicales se remontan a los cantos de mi madre, amorosos arrullos para las noches de enfermedad o pesadillas. Justo antes de caer en las garras del sistema educativo, en la antesala decorada con cantos y juegos, ya había escuchado los primeros acordes del cuarteto de Liverpool de un disco que mi padre había comprado. Como niño estuve rodeado de música que me parecía sacada de un baúl lleno de disfraces multicolores e historias fantásticas: Cri-crí, Odisea Burbujas, Cepillín, Human League.
Por alguna extraña razón, algunos sonidos tocaban las fibras de mi ser, produciendo estados de ánimo como ninguna otra música lo hacía. Por entonces no contemplaba la posibilidad de dedicarme a la música pero sí soñaba con aprender a tocar un instrumento musical.
Así como descubrí lo terrorífico de estar encerrado en un aula durante cinco horas, descubrí nuevos caminos para viajar fuera del mundo y aprender los misterios de la vida humana. Siempre he asociado ciertos episodios de mi vida a la música que escuchaba en el momento. En mi niñez escuché mucho a Culture Club, Human League, toda la música de los 80. La memoria es selectiva y no recuerdo más agrupaciones. Disfrutaba mucho de las noches en la calle del primer barrio en el que viví, cuando salía con los amigos a jugar la cáscara de fútbol (o reta, como le dicen aquí) o a las escondidas. Cerca había una discoteca que programaba los éxitos de la época.
Nunca faltó la música en la casa y mi padre compraba discos de vez en cuando. Fui haciéndome de nuevos discos cada vez que podía. Sucede algo cuando se tiene un disco nuevo y es cuando quedamos prendados a una canción en particular. Pueden ser más de tres de un solo disco.
Esa canción nos atrapa desde los primeros ocho compases, nos hace mover la cabeza o los pies, a veces hasta nos hace mover las manos como si tocásemos una batería. Cantamos la letra, nos emocionamos con las frases que del texto salen. Para aquel que tenga la capacidad sensorial de identificar armonías o melodías específicas en una “rola” sabrá a lo que me refiero. Esta capacidad no es exclusiva de los que nos dedicamos a la creación e interpretación musical, se puede desarrollar por medio de la práctica y la apertura de los sentidos, escuchar con atención.
Así me dediqué a escudriñar el secreto de las canciones de “los de Liverpool”, a desmenuzar el sonido acaramelado de las canciones de la bossa nova. Incluso, escuchar una insignificante tos o diálogos de fondo era como descubrir un mensaje secreto.
El soundtrack de nuestra vida. Discos y casets llegaron a mi vida. Todos han tenido un lugar importante en mi vida y en mi colección.
Dicha sea la verdad, no me avergüenza decir que escuché a los New Kids, vergüenza me daría decir que compré toda la parafernalia de un grupillo que pasó por los escenarios y se fueron para ser olvidados. Me daría pena decir que me encierro en mi necedad de no escuchar nada y gritar a los cuatro vientos que la música que existe en el mundo, sirve única y exclusivamente para vender.
¿Qué me ha hecho ser tolerante con la música que de repente llega a mis oídos y qué me permite emitir un juicio sustentado en aquella otra que me parece abominable? Tomen el ejemplo de los profesores de español, de Literatura y de Filosofía, todos ellos devoran libros, tienen una guía para leerlos y de repente poseen las herramientas para criticar un libro. Cuando alguien emite un juicio hacia toda la música existente, como si fuera un experto en la materia pero no ha escrito ni dos acordes o una melodía de más de 5 notas, es como escuchar el graznido de un pato. Disgusta y es verdad, peor aún cuando la necedad es tan grande como el ego de un intelectual.
Me pregunta más de una vez y sería mejor dejar de hacerlo, por mi propio bien: ¿acaso si mi música sonara en el éter y en el aire, sería víctima de la atroz carnicería de aquellos que jamás pudieron ser parte del technicolor musical del mundo? No me molestaría que un colega criticara mi obra, así como podría decir que es buena, puede decir que es mala o que tiene algunas deficiencias. Entonces sabré qué camino tomar y cómo mejorar.
Allá afuera hay entes que no soportan un technicolor sonoro. Creen tener la verdad absoluta en cuanto a todo.
Pero a pesar de todo, esos no me importan mucho –no debería importarme- porque tengo muy claro lo que deseo para mi vida y mi mundo. Como todos, hay derecho a la individualidad. Son otros tiempos y el sueño hippie ya se desvaneció.
No escribí sobre la música que me gusta pero sí dejé en claro que hay mucha que me gusta y que le he prestado la debida atención.

1 comentario:

Anónimo dijo...

escuhar a tonynoguera y me lo contais si os gusta entrar en su pagina o en esu myspace tonynoguera