sábado, septiembre 29, 2007

Un sueño de otro, un rumbo incierto: el regreso de Soda Stereo

“Cualquiera sabe que es imposible llevar una banda sin cierto nivel de conflicto. Es un frágil equilibrio en la pugna de ideas que muy pocos consiguen mantener por quince años, como nosotros orgullosamente hicimos”. La carta del adiós, Gustavo Cerati. (Publicada en el suplemento Sí del diario Clarín, después de anunciar la separación de Soda Stereo en mayo de 1997).


“Ahora estoy aquí, temblando frágil en la multitud. El avión se va, recuerdos del futuro ocultos, goles suenan a la distancia”. Es así como suenan los recuerdos de mi pubertad y adolescencia. El año, 1988, significó mucho más que una nueva etapa en mi vida de las muchas que vendrían a partir de entonces: dejé de ser un niño para comenzar a construir lo que soy ahora. Con doce años a cuestas la guitarra aún no era mi instrumento principal sino la batería; la guitarra llegaría alrededor del mes de marzo de 1988 (costó 50 pesos de aquel entonces y tenía cuerdas metálicas) junto con un par de cuadernillos y discos para comenzar a sacar los primeros acordes. Entonces, alguien me habló de un grupo de rock en español –que no eran los Hombres G- bastante bueno, de Buenos Aires: Soda Stereo.
El primer descubrimiento de un mundo más vasto: las chavas. Niñas de 15 años que, clavadas en su mundo rosa llena de sonidos fresa-poperos, llenaron más de un centenar de sueños diurnos en los que llenaban mi rostro con besos sabor a frutas. Entonces, una mujer de más de 18 años despertaría en mi los deseos de un adolescente drogado con sus propias hormonas: “tus ropas caen lentamente, soy un espía, un espectador… sé que te excita pensar hasta donde llegaré”. Con 13 años comprendía la fuerza con que están dotados los besos inalcanzables. Tal vez una guitarra me ayudaría a conseguir aquel cuerpo que provocaba tanto vértigo dentro de mi vientre.
Sonidos sintetizados, cajas de ritmo, melodías dinámicas y letras cargadas de erotismo y metáforas perforaban mis moribundos oídos infantiles, trazando paisajes eléctricos donde el deseo y los “zoom anatómicos” creaban un nuevo mundo interno. Desde entonces quedé marcado por el sonido “sodastereo”. Si bien fui un fiel seguidor de la música de “los cuatro de Liverpool”, la de Soda Stereo me parecía una música que nacía de una idea, de una noche de pasión animal en el que el corazón delator palpitaba por una mujer nacida en la luna roja.
Y no me importaba si la conjugación de verbos era distinta a la manera de hacerlo en México porque “vos” era “tú” y “sos” se convertía en un “eres” que mucho tenía en común con aquellos amantes devorándose como caníbales. “Cuando el cuerpo no espera lo que llaman amor… más se pide y se vive” y me enamoré por primera vez con todo lo que ello implica: complicidad, deseo carnal, dolor y efecto doppler.
Canción animal, disco de 1990, es a mi parecer el mejor disco de Soda Stereo y no sólo por incluir el megamultiinfinitamentetocado clásico tema “De música ligera”, sino por toda la gama de sonidos registrados en los 41 minutos y 37 segundos que dura el álbum. A partir de ahí, Gustavo Cerati se convertía en uno de mis “guitar hero”, aunque ya que llegamos a ese punto, Soda Stereo se convertiría en “la clase de banda que siempre he deseado formar parte”.
Quizá Soda Stereo no eran la única banda de rock en español sobre la faz de la Tierra pero sí la que movía cada uno de los afectos de miles de fanáticos, la que provocó que decenas de jóvenes de la entonces “Generación X” (Región 4) decidieran tomar una guitarra para conquistar el mundo. Hoy en día existen miles de parejas que se revolcaron “en el jardín por donde nadie pasa”, se entregaron a los besos entre acordes de música ligera coloreando la Primavera Cero. Conocimos la perversión en una noche larga lejos de casa y vaya que la conocimos, al grado de pedir más. Algunas solían dejarnos solos en una mesa vacía, otras preferían comer de nuestra carne.

Los coqueteos de Cerati con la música electrónica no gustaron a los fanáticos más puristas y sus mentes se quedaron suspendidas en el tiempo; algunos creen que el último disco de Soda Stereo es Canción Animal y, eso, es un grave error pues se perdieron de obras realmente vanguardistas, a comparación de las ñoñísimas baladas de Enanitos Verdes o las chauvinistas líricas de unos moribundos Caifanes que mucho le deben a Soda Stereo.
Dynamo (1992) ya incluía demasiadas secuencias electrónicas pero también hubo nuevos temas cargados de la energía a la que Soda nos acostumbró durante su trayectoria. Sueño Stereo (1995) fue el canto del cisne, un álbum por demás vanguardista en cuanto a la construcción de las canciones: secuencias electrónicas que hasta entonces eran exclusivas de músicos experimentales. El viaje hacia el final marchaba a velocidad supersónica en un Planeador. Volamos dentro de un concierto “anti-unplugged” y en cada ciudad visitada en el verano-otoño de 1997, fuimos parte de aquel rito en el que las “gracias totales” cerraban una etapa para los seguidores del trío originario de la “ciudad de la furia”.
A diez años de su último concierto aún quedan demasiadas noches largas para sumergirnos en la marea sonora-lineal. Aún quedan persianas americanas por donde se filtran las imágenes retro de aquellos ángeles eléctricos que nos convierten en “Sonoman”, hambrientos de carne, dispuestos a crear una canción animal.

La gira “Me verás volver” llega a México en noviembre y con ella regresan los recuerdos de miles al escuchar nuevamente a Soda Stereo, con toda la energía y el concepto artístico que han manejado desde siempre. Un concierto de Soda Stereo es una de las experiencias más excitantes que se puedan vivir: música, comunión, tecnología y multimedia al servicio del arte sonoro, viajes supersónicos al centro de nuestros sueños en stereo.
“Cruzo el valle, es mi frágil planeador”… y así, Soda Stereo regresa para llenar de nuevo los días de nuestra vida hasta que caiga el sol. Sólo me queda repetir aquella acción sugerida en la cubierta interior del disco Canción Animal:

“Y PARA MAYOR PLACER ANIMAL, ESCÚCHALO A TODO VOLÚMEN”


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