domingo, septiembre 16, 2007

15 de septiembre: ¿Qué diablos celebramos? ¿La independencia o la co-dependencia?

“¡México ya cambió! ¡México es una onda global de buena onda entre todos!” El “Chico Cool Condechi”, personaje del podcast de Olallo Rubio.

Esto se repite cada año. Cada año es lo mismo: pintarse la cara con los colores de la bandera, ponerse un sombrero picudo, colgarse la playera de la selección mexicana de “panbol” y por si fuera poco, pegarse un bigote al puro estilo de Pique (quien haya nacido antes de 1979 sabrá de lo que hablo). Cada año miles de mexicanos -dentro del territorio y más allá de las fronteras- aprovechan un día (o noche) del mes de septiembre para dar rienda suelta a eso que se llama “sentimiento patriota”. (Risa del autor)
Sentimiento patriota que se traduce en irse en bola con los cuates, pasarla chido y recordarle al mundo entero que como México no hay dos y que si no les parece pues que se vayan mucho a chiflar a la tiznada. El 15 de septiembre por la noche, se realiza el tradicional “grito de independencia” para que, al día siguiente, nos tengamos que chutar un desfile en la televisión (si es que no se cuenta con señal abierta); o para los que tengan que desfilar pues se avientan un recorrido para hacerle reverencias a un tipo que ni nos interesa y viceversa.
No hay que darle más vuelta al asunto para caer en la cuenta de que el grito de independencia es el pretexto idóneo para hacer una pausa entre las tareas cotidianas y el hastío social. No está mal irse de fiesta, tampoco se puede ser tan dogmático en asuntos sociales. Uno se pregunta qué sentido tiene celebrar un suceso histórico cuando a casi doscientos años del inicio de una lucha organizada por unos criollos urgidos de independencia económica, el México que se construyó es el escenario de una tragicomedia en varios actos.
México es mucho más que una simple fecha para gritar a todo pulmón “¡Viva México, cabrones!”. El México realmente independiente no pierde ciudadanos que se van a Estados Unidos en busca de un mejor futuro económico; un México independiente no cifra su patriotismo en cuentos de hadas y niños héroes ni en luchas armadas que no se ganan a favor de todos. Detalle patético: anunciar en grandes mantas “hoy, mexican party”, y que todos los jóvenes anuncien su “party” mexicana.
Solía ondear mi banderita tricolor, esa que poco a poco ha dejado de significar algo sagrado para convertirse en un mero estandarte que me define como ciudadano de un país. Cuando niño me gustaba ir al “grito”, ver a la gente caminando por el parque buscando un lugar donde pudiesen ver bien al gobernador gritón en turno. Aún me fascina ver los juegos pirotécnicos y las formas que dejan en el cielo: parecen como una ira contenida multicolor –como los habitantes de país- que sólo en el cielo nocturno de la clandestinidad se deja escuchar en un grito desesperado.
Todos gritan “viva México” como si muriéramos a la sombra de un régimen que se llena la boca de viandas inalcanzables para un mexicano que vive con el salario mínimo; gritamos hacia un palacio nacional o un palacio de gobierno como si las piedras tuvieran la culpa de los errores cometidos por personajes oscuros de la historia mexicana.

¿Fiesta? ¿Pues que acaso ganamos derechos civiles y un futuro realmente brillante para todos? ¿Tenemos presidente del pueblo o un presidente que hace robo en despoblado? ¿Pozole, chelas, música de reguetón y mariachis?
La celebración de la independencia de México es como la celebración de la navidad: un truco de mercadotecnia que sirve a los intereses de empresarios hambrientos de poder. No sirve hablar de unidad entre mexicanos cuando permitimos la segregación de los verdaderos mexicanos: las etnias indígenas. México no es un país donde los “chavos” son bonitos al estilo “Rebelde”: argentinizados y racistas.
En lo personal, celebraré una verdadera fiesta de independencia cuando las decisiones tomadas por las fracciones parlamentarias favorezcan al pueblo. Celebraré el grito cuando éste convoque a la masa a tomar lo que les pertenece y construir una sola realidad, equitativa y justa para todos, cuando mis garantías individuales sean respetadas íntegramente.
Pueden celebrar si gustan, a todos nos encantan las fiestas. De nada sirve celebrar sin memoria histórica: ingrediente secreto en las fiestas mexicanas, la falta de memoria histórica. Sólo como detalle: ni las banderitas se fabrican en México ni el himno nacional nos pertenece.
A falta de memoria histórica siempre habrá un pretexto para celebrar nuestra soledad colectiva, la ausencia de patria y la violación de derechos civiles.

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