jueves, septiembre 13, 2007

La culpa la tiene el analfabetismo...

Alguien por ahí dijo que mis palabras en la columna del Abismo Sónico son el discurso de una voz que clama en el desierto. Pues no se equivocó porque mi voz es una de tantas que gritan desesperadamente en el desierto chetumaleño. Y no lo digo por la pérdida de árboles sino por los paisajes desolados de la cultura y la vida artística de nuestra insigne ciudad capital.
Paisajes que, una y otra vez quedan inmortalizados en canciones de ritmo moderado, acordes bien tejidos entre letras que trazan imágenes de un caribe que poco a poco desaparece de la mirada del chetumaleño moderno. Si mi voz –y otras voces más-no se escucha en medio de este desierto es porque los oídos locales prefieren escuchar discursos motivacionales y de “avanzando hacia delante” que nada tiene que ver con la realidad de un pueblo.
¿Cuál realidad? ¿La de ser una porción de tierra a merced de los huracanes, la de ser un rincón de la “república” que se jacta de ser la cuna del mestizaje pero ignora a las etnias maya, avergonzándose de su pasado prehispánico? La realidad es que Quintana Roo representa el decimocuarto lugar en analfabetismo a nivel nacional con un promedio de 140 mil analfabetas. Habría que hacer otro estudio para calcular el nivel de analfabetismo funcional que, a no ser por las apreciaciones que he hecho en alumnos a mi cargo, el analfabetismo funcional ha hecho mella en cada uno de los jóvenes. Pero alguien más me dijo que para calcular rápidamente se puede aplicar una regla de tres.

¿Analfabetismo en primer grado y en segundo grado?
En la comunidad académica, el analfabetismo presenta múltiples rostros. Para analizar este fenómeno, la definición clásica resulta insuficiente. Analfabeta no sólo es aquella persona que no sabe leer ni escribir sino también aquél que no es capaz de descifrar las combinaciones de signos alfabéticos para formar palabras que alguien plasmó y que, al mismo tiempo, es incapaz de transmitir sentido utilizando esos signos de forma gráfica. Ninguno de nosotros es analfabeto en primer grado.
Existe un segundo grado de analfabetismo conocido como analfabetismo funcional. En este caso, una persona sabe descifrar los signos alfabéticos, ligarlos entre sí y convertirlos en una palabra, y esa palabra ligarla con palabras sucesivas. Sin embargo, el grueso de su lectura se compone de los letreros y anuncios publicitarios en las calles y de alguna que otra historieta del diario dominical, la sección deportiva en los periódicos y los panfletos que hay en los puestos de revistas. Es lectura obligada o de esparcimiento, no disciplinada, sin el propósito de ampliar el horizonte de conocimientos de forma deliberada. Un analfabeta de segundo grado aún en menor medida ha desarrollado la habilidad de expresarse por escrito, de perseguir la profundización y ordenamiento de su pensar a través de la disciplina de la escritura.
Tiene dificultades para entender las ideas y conceptos escritos por otros y para comunicar en forma estructurada los suyos propios. No utiliza la capacidad de leer y escribir para adquirir y producir conocimiento, sino sólo para recibir datos, información aislada y banal. (Alberto Beuchot González de la Vega).
Bajo esta definición, Beuchot González afirma que un porcentaje elevado de los profesores es analfabeta funcional, mismos que producen alumnos y profesionistas con analfabetismo funcional.

Por lo tanto tenemos que en las aulas escolares hay jóvenes totalmente inhabilitados para la comprensión de las ideas abstractas, la expresión oral y escrita, lo que desemboca en hábitos de lectura bajos y un desempeño académico paupérrimo. Sin lectura no hay acceso al conocimiento; sin conocimiento no hay insurrecciones ni miles de “jodidos” luchando por sus demandas: pan y circo para el pueblo. Lo verdaderamente vergonzoso es el nivel de cultura que demuestran las generaciones jóvenes, la inmediatez es una constante en sus manifestaciones artísticas.
Después de los argumentos descritos anteriormente, la reflexión surge a partir de una pregunta que hizo una amiga: ¿por qué no hay más promoción de las actividades culturales o un mayor número de artistas y espacios? Respuestas hay muchas, como las probabilidades en los diagramas de árbol, pero una muy acertada sería esta: al pueblo, lo que pida.
Naturalmente, ya que muchos profesores que compran plazas a precios estratosféricos –muchos, completamente ineptos- se dedican a anestesiar mentes y contar mentiras históricas, gastan horas clase enseñando cómo se traza la A y la O pero no profundizan en el contenido de frases tan sencillas como “ese oso se asea”. A falta de maestros comprometidos con la labor docente y padres que estimulen el hábito de la búsqueda del conocimiento, la televisión es la niñera que todos soñaban, maestra-amiga y amante.
Es cierto que para todo hay tiempo y lugar, que hay para todos los gustos, sin embargo el problema del analfabetismo funcional acarrea serios problemas para la sociedad y se traduce en un retrazo histórico de serias consecuencias. Sin la capacidad de análisis es muy sencillo manipular mentes propias de personas sedientas de poder y dinero fáciles. El arte y el resto de las manifestaciones del alma humana pasan a segundo plano eclipsados por una montaña de banalidades, mitos patrioteros y mezquindades propias de una ultraderecha que se jacta de democrática pero, al fin y al cabo, inquisitoria y asesina de la memoria histórica.
Por eso, cuando haya que encontrar culpables por la falta de cultura y espacios destinados al arte en Chetumal, habrá que dar media vuelta para enfrentar al reflejo que nos muestre el espejo de la reflexión humana.

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