miércoles, octubre 25, 2006

Los Festivales de Cultura del Caribe, una tradición necesaria para el pueblo.


Los festivales culturales son parte fundamental para el desarrollo de una sociedad. Son la plataforma para mostrar el desarrollo de las expresiones culturales y artísticas de una entidad, el escenario del intercambio de ideas, costumbres y modos de vida entre los países o individuos, artistas creadores e intérpretes. Quintana Roo ocupa un lugar privilegiado en la geografía mexicana al localizarse en la porción oriental de la Península de Yucatán y al este con el Mar Caribe. Debido a esto, la zona sur del estado ha recibido la influencia de los países caribeños como Belice, Honduras, las Antillas Menores, Isla Caimán y Jamaica, así como la parte norte ha recibido los aires cubanos y los sabores de Yucatán. Han pasado 32 años desde su creación como Estado en los que Quintana Roo se ha nutrido de gente que ha llegado de diversos puntos del país, nuevas formas de vida e ideas, visiones, costumbres, colores y sabores que poco a poco han enriquecido –y siguen enriqueciendo- este rincón de la República mexicana.
Para mostrar la tan “alardeada identidad” que posee Quintana Roo y atraer los ojos y oídos de países del Caribe, se crearon festivales que poco a poco encontraron su lugar entre los quintanarroenses. Festivales que parecían convertirse en una de las pocas tradiciones esperadas y festejadas por los habitantes de Quintana Roo. No han faltado aquellos que no veían con buenos ojos el hecho de realizar un festival, ¿acaso es la fuerte cosquilla del nativismo fascista lo que impide ver con claridad la idea de realizar festivales culturales de alcance internacional?
Los Festivales Internacionales de Cultura del Caribe se remontan a los años 80, alrededor de 1983 se lleva a cabo el Festival Cancún Caribe. En 1988 se crea el Festival Internacional de Cultura del Caribe durante la gestión del Dr. Miguel Borge Martín, gozando de un éxito y convocatoria nunca antes vista. En este festival convergieron distintas disciplinas artísticas como danza, música, gastronomía, cine, además de las muestras de producción de café, tabaco y ron. Este festival se extendió hasta el año 2000 y sólo tuvo una interrupción, en 1993, año en que el entonces gobernador Mario Villanueva no contó con el apoyo del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes. El festival se reanudó al año siguiente con recursos y estrategias locales, que resultaron poco favorables.
El ocaso del festival se dio durante la gestión de Joaquín Hendricks, en el cual sólo se realizaron dos ediciones en 1999 y en el año 2000, resultando ésta última muy costosa debido a su concepto fronterizo.
Un año después, Hendricks dio a conocer en una reunión que no se harían más festivales de cultura ya que no se tenían presupuestos que solventaran los gastos de organización y realización. Sin embargo se realizaron otros festivales costosos y sin el impacto de los anteriores.
Así pues encontramos el Premio Internacional de Pensamiento Caribeño y los encuentros de literatura, escultura, éste realizado en Isla Mujeres en el año 2001 y en Chetumal en 2003.
Otros festivales fueron organizados por algunos artistas y creadores de Chetumal, además de miembros de la comunidad caribeña, debido al vacío dejado por la suspensión de los festivales.
Regresando al pasado. Algunos festivales gozaron del favor del público-en realidad muchos- y no faltaron las protestas hacia algunas disciplinas, como la que aconteció durante el festival de 1997. Un párroco de nombre José Eduardo Pérez, en un acto de exigencia absurda provocó que un ritual vudú programado para realizarse en Isla Mujeres, no se llevara a cabo, debido a la cerrazón y la ignorancia promovidas por la Iglesia Católica y el Estado.
Podríamos señalar diferentes motivos para la suspensión del Festival Internacional de Cultura del Caribe: la cultura mercantilista imperante en la capital del estado (de nada sirven el arte y la cultura para la vida diaria, sólo importa cuanto vendemos), la falta de educación artística de calidad en las ciudades, las políticas educativas que sólo crean una masa de seres productores pero no de seres pensantes. A todo esto sumamos la falta de una visión creativa, la falta de inversionistas patrocinadores y una política seriamente comprometida con los verdaderos valores culturales de un estado que alardea de identidad pero segrega a las comunidades Mayas.
Por otra parte, se cayó en la costumbre de traer artistas que resultaban caros (hablando dentro del plano musical). De 10 artistas representativos de la cultura de cada país caribeño, que mostraran su música y danza de la manera más pura posible, uno de esos artistas invitados era de convocatoria popular, por ejemplo, Wilfredo Vargas, lo cual no está mal pero se sigue acostumbrando al pueblo a lo más inmediato y digerible.
La vida de aquel Festival Internacional de Cultura del Caribe tuvo su “nacimiento glorioso” con Miguel Borge; su desarrollo titubeante y temporal suspensión con Mario Villanueva, y su muerte súbita con Joaquín Hendricks. Éste último lo destruyó por completo como para no poder rescatar la mínima esencia.
Al actual gobernador parece no interesarle el tema por el momento –ni siquiera a futuro- y ni siquiera ha manifestado una propuesta para devolver a Quintana Roo su festival. Muchas personas ansían el regreso del festival pero con la calidad con la que se le disfrutó en 1988.
Un festival debe ser un evento donde verdaderamente exista el intercambio de libre expresión en todos los sentidos, la concurrencia debe ser interesada, no acarreada. Un festival debe motivar a la gente a alejarse a los “reality shows” tan en boga en la actualidad e ir a ver la propuesta de gente con otro modo de vida (cosa que muchos nativistas no soportan). La propuesta del gobierno debe interesarse en que su pueblo cambie de aires, de sonidos, que se abra a nuevas maneras de expresión y comunicación.
Por otra parte no hay que limitarse en el programa, además de las manifestaciones como música, danza, gastronomía y artesanía, no deben quedar fuera la literatura, el cine, las artes visuales, el teatro, radio y multimedia. La falta de alguna de estas manifestaciones limita al evento.
A pesar de las limitaciones (económicas, creativas y de logística) toda jornada que exalte la cultura es bienvenida, y en este sexenio es también una seña para que el Gobierno del Estado retome el antiguo festival.
Quintana Roo no puede ni debe continuar en el letargo cultural y artístico ni vanagloriarse con artistas que se autolimitan o se duermen en sus laureles. Tampoco se puede dejar la organización en manos de organizadores incultos e inhábiles que a la larga, con festivales mal organizados y casi improvisados, produzcan un desarraigo y apatía cultural por parte de las generaciones jóvenes, el desinterés por la cultura estatal del visitante extranjero o nacional y un desvanecimiento ante la desenfrenada globalización.

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