domingo, abril 27, 2008

Niños de antes y niños de hoy, ¿han cambiado de estilo de vida todos o sólo unos cuantos?



“Cuando era niño, todo estaba bien”. She said, she said (1966). Lennon/McCartney

Cuando fui niño se me hacía muy fácil pensar que podíamos sentarnos sobre las nubes y observar el mundo desde donde sólo alguien superior podría hacerlo. Utilizaba un viejo paraguas a manera de “antena parabólica” con el fin de establecer contacto con “los marcianos” y mi vida en tiempo real era un cuento surrealista con la escenografía diseñada por Dalí. Ahora sigo en las nubes mientras camino con los pies sobre la tierra, no he hecho contacto con los extraterrestres y cada vez me siento más alejado de la raza humana. La escenografía surrealista aún existe y sólo yo la puedo modificar, no un ser superior.
Estoy seguro que muchas personas de mi generación (nacida en la década de los setenta) recuerda su infancia con mucho cariño; entonces éramos más inocentes, aún salíamos a jugar en grupo en la calle hasta pasadas las diez, compartíamos juegos y no importaba que hubiese niñas aunque aún persistían los niños “machines” (que seguramente hoy son golpeadores de esposas), intercambiábamos estampas por juguetes, veíamos caricaturas en la televisión, lo mismo que películas de “Pily y Mily” o “El Santo”. Lo “fashion” no importaba hasta que, lentamente, fuimos “conejillos de Indias” de las televisoras y las empresas transnacionales como McDonald’s, la juguetería Mattel y las diversas compañías cigarreras. ¿Cuántas niñas crecieron con el sueño rosa de ser “Barbie eternamente”, a la espera de que su materializado “Ken” llegara por ellas en un auto deportivo del año para ir a retozar en las sábanas de la banalidad para, después de unos años de “relación perfecta”, vivir en una gran mansión? Y ya no digamos de los desafortunados niños a los que se les obligó a trabajar desde temprana edad y hoy: algunos hicieron carrera exitosa en negocios y otros, simplemente, son autómatas del sistema, esclavos del “Big Brother”.
Pero no todo es amargura. Mi generación también fue condicionada para los “tiempos modernos” con el Atari 2600 y las siguientes generaciones consolas de videojuego; tener una computadora personal parecía un lujo para “niños ricos”. Ser niño en la década de los ochenta fue divertido aunque vivimos la carrera infernal hacia la peor crisis de México en su historia, el nacimiento del SIDA, la pesadilla de una guerra nuclear y demás tragedias. La computadora y la televisión son ahora los mejores amigos de los niños, ya no hay peligro de una guerra nuclear pero el planeta Tierra se está muriendo y nos pasa la factura.
La niñez es la etapa en que nuestros padres nos educan –o moldean a su antojo- para ser ciudadanos responsables y personas de provecho. Sin embargo, si una parte de los niños crece con habilidades, valores y responsabilidades bien inculcadas y hoy son personajes ejemplares, la otra parte creció sin saber leer ni escribir, llenos de “basura mental” y con demasiados complejos –producto de la mala influencia paterna- con un perfil psicológico que raya en la demencia, casi pendencieros y con poco valor de sí mismos.
El panorama social, de salud y educativo de los niños en México no es nada alentador (y peor si se les deja a merced de esa orden religiosa retrógrada y medieval como los Legionarios de Cristo). Según la página web de la UNICEF, de todos los países donde se habla español, México es el más poblado. Alrededor de un 43.5 por ciento de la población son niños y niñas menores de 18 años. Debido a la pobreza, muchos niños y niñas emigran, con o sin sus familias, dentro de las zonas rurales, desde las zonas rurales hasta las zonas urbanas, dentro de las zonas urbanas y a los Estados Unidos. La consecuencia de este proceso es la inestabilidad de la familia y la existencia de un gran número de niños y niñas que trabajan. Según las estadísticas de 1996, 3.5 millones de niños y niñas de 12 a 17 años forman parte de la fuerza laboral oficial o no oficial. El crecimiento económico durante los últimos 10 años ha transformado México en un país de medianos ingresos altos, pero todavía persisten enormes disparidades y una gran exclusión social. Aproximadamente 24 millones de mexicanos viven en la pobreza extrema. (Fuente.- http://www.unicef.org/spanish/infobycountry/mexico.html, consultar la misma para indicadores básicos).
Es cierto que los niños de ahora están más despiertos de nuestra generación o nuestros padres y abuelos. Los niños están expuestos a una sobredosis de información que, si bien no está mal recibirla, todo depende de la calidad con que se absorba. Muchos niños despiertan a la sexualidad por medio de las páginas web y no por las pláticas con sus padres, manipulados por la Iglesia Católica mutiladora de libros de texto; hoy los niños encuentran más placentero jugar demasiadas horas en el X-Box que leer un libro que despierte su interés por el mundo real y no por experimentar viajes virtuales a Europa. Con la pena pero, estamos generando niños insensibles y con alto grado de estupidez, misma que se refleja en el bajo aprovechamiento escolar y el posterior desempeño laboral. Si antes los niños querían ser astronautas, ahora quieren ser narcotraficantes y estrellas de “reality shows”.
A un niño jamás se le debe tratar como tonto ni mucho menos ocultarles la verdad de las cosas más básicas de la vida. Es cierto, cada padre es libre de inculcarle una educación espiritual que influya positivamente sobre su condición humana, pero no es justo someterlo a los designios de una doctrina que no respeta libertades. Hasta ahora sólo puedo decir que los niños tienen derecho a crecer en un mundo más saludable, social, lleno de sonidos en stereo e historias en Technicolor. No tengo hijos y aún no puedo hablar de lleno sobre su educación. Si llegase a tenerlos, quiero que vivan en un mundo mejor, igualitario, sano, sin fascismo religioso ni político, democrático, con alfabetización y libertad, sin sacerdotes violadores ni empresas transnacionales que los utilicen como ratas de laboratorio ni patrones que asesinen sus sueños ni pisoteen su dignidad.
A todos los niños y niñas (“y no tan niños” como reza el slogan de la banda de rock “Qué payasos”), les deseo mejores días siempre. Creo que uno no deja de ser niño, es sólo que el mundo está lleno de “lobos feroces”.

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