lunes, abril 07, 2008

¿Está el amor más cerca del dolor que de la felicidad?

“Amar es el empiece de la palabra amargura”. Una rosa es una rosa. José María Cano

“El amor es como la montaña rusa: subes, gritas, te emocionas y, cuando te bajas, quieres vomitar. Pero ahí vas de nuevo”. Leticia Huijara en la película “Cilantro y Perejil”

“El amor no es nada más que dolor”. Ava Gardner.

Nadie sabe cuando empieza el dolor pero se mezcla dulcemente con esa sustancia química que, cual potente placebo, nos hace olvidar que el oscuro objeto de nuestro deseo pasa por encima de nuestra frágil humanidad. Amor, el veneno más dulce del que todos queremos volvernos adictos, nos brinda una felicidad que a simple vista parece inagotable, pero si prestamos atención a la mirada del que ha consumido tales dosis de feniletilamina, nos daremos cuenta de que en realidad esa felicidad termina por desvanecerse entre sábanas y botellas de absenta.
Nadie nace siendo un experto en las cuestiones amorosas; nadie nos advierte que al entrar en el terreno minado del amor saldremos volando en mil pedazos para nunca volver a ser los mismos por el resto de nuestras vidas. Dicen que cada quien habla de acuerdo a como le fue en la feria; cierto pero, quisiera conocer a una sola persona que en su vida nunca haya sufrido los embates de la feniletilamina (o sea, la droga del amor). Para empezar, el concepto del amor –desde el punto de vista romántico- tiene mucho que ver con el ambiente sociocultural dentro del cual crecimos. La mayoría de las personas de mi generación habrán crecido en un hogar donde las manifestaciones de cariño y afecto brillaron por su ausencia; algunos sufrieron la separación de los padres o muchas veces nunca fueron correspondidos en el amor durante la adolescencia. Otros crecieron con el cuento de hadas donde la princesa encuentra a su príncipe azul, el sapo se convierte en príncipe al ser besado por la “Barbie del tercero A” o simplemente, creen haber encontrado al amor de su vida cuando en realidad, encontraron la fórmula mágica para sobrevivir a la costumbre.
El amor duele, y duele un chingo. Duele desde la primera vez que vemos al rostro que difícilmente podremos olvidar: las horas son eternas y las noches en vela se convierten en la única compañera que nos acaricia durante el lento curso de los minutos, el nudo en la garganta es la señal inequívoca de un “pavo frío” (el síndrome de abstinencia de los adictos a la heroína) que envolverá nuestra frágil bolsa de carne y hueso.
Amar duele mientras vivimos a la espera del “sí”. Cada minuto gastado en escribir versos en el aire pica en los rincones de la habitación roja. El amor es el reflejo de las primeras experiencias en la vida del ser humano, tal y como lo señalé anteriormente. En la actualidad, los medios de comunicación influyen demasiado en nuestra concepción de amor: debemos amar a una figura esquelética, un rostro casi “photoshopeado”, la marca de ropa en lugar de las huellas imborrables del alma humana. Al no conseguir tales productos, nos azota la tristeza y la desesperación; nos duele.
El amor es química, la respuesta a los estímulos externos que provocan la secreción de feniletilamina en los seres humanos, tan solo para llegar a la cópula y la consecuente preservación de la especie humana. Suena frío ¿cierto? Pues es la pura verdad. Somos laboratorios ambulantes, debería ser ilegal la existencia de todos los seres humanos (no le demos ideas a la DEA). Menciona Federico Ortiz Quezada en su libro “Amor y desamor” (Editorial Taurus): ‘el amor provoca emociones de diversa índole: pueden ir desde la exultación, en el caso del amor correspondido, hasta la profunda tristeza, causado por un amor fracasado, o producir una ira extrema debida a los celos. Dichas respuestas emotivas suelen escapar al carácter racional del individuo que las padece y por eso se llaman pasiones”.
Estudios científicos señalan que en el amor interactúan diversos neurotransmisores como la serotonina, la dopamina, la norepinefrina, la oxitocina, agentes opiáceos, catecolaminas, feromonas, entre otros. La ausencia de alguno de estos neurotransmisores basta para llevarnos por la calle de la amargura. No es extraño que una persona enamorada consuma chocolates como si se tratara de una competencia, el chocolate es rico en alguno de estos químicos, suficiente para mitigar el dolor del amor. Lo mismo hará la persona con el corazón destrozado (aunque el corazón, casi siempre, está intacto y palpitando como si nada).
Por un lado, el amor significa la felicidad plena e inagotable mientras que para otros, el amor no es más que la suma de todo el dolor existencial. De la misma manera el amor es relativo a cada ser humano, varía de acuerdo a su nivel sociocultural y al ambiente familiar en el que haya crecido (circunstancias similares pero no son iguales).
Alguna vez creí en el amor como uno de esos cuentos de Walt Disney, pero a la larga, mi concepto del amor se parece más a la canción “Cruz de navajas”.
El tiempo y el espacio son relativos, así es el amor en cada persona. Los Beatles afirmaban que el amor era la respuesta a todo, pero llegó un momento en que Paul McCartney dijo que “no era la mitad del hombre que solía ser” en tanto que una sombra colgaba sobre él.
¿El amor duele? Sólo ustedes tienen la respuesta, muy personal a final de cuentas.

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