martes, junio 30, 2009

Trascendiendo las fronteras sonoras y la presencia divina inexistente


"En la música todos los sentimientos vuelven a su estado puro y el mundo no es sino música hecha realidad." Arthur Schopenhauer

"El éxtasis musical implica una vuelta a la identidad, a lo originario, a las raíces primarias de la existencia. En él sólo queda el ritmo puro de la existencia, la corriente inmanente orgánica de la vida. Oigo la vida. De ahí arrancan todas las revelaciones"

Émile Michel Cioran en "El libro de las quimeras"

"El lenguaje humano es como una olla vieja sobre la cual marcamos toscos ritmos para que bailen los osos, mientras al mismo tiempo anhelamos producir una música que derrita las estrellas." Gustave Flaubert

Durante una gran parte de mi vida me he declarado ateo y escéptico antes las cuestiones paranormales. No obstante mi naturaleza artística, la educación universitaria y las experiencias de vida me han llevado por caminos en los que las ideas trascienden a la materia: la expansión del espíritu y la conciencia. Usando llaves literarias o enteógenas, la conciencia alcanza niveles de conocimiento que en una vida no se puede desarrollar de manera normal.

Tampoco soy materialista en el sentido estricto de la palabra pues, mientras unos pasan la vida entera comprando baratijas que no sirven más que para aparentar un “status”, mi status humano ha mantenido una relación equilibrada entre objeto e idea. Objetos preciados en mi vida son los discos (de vinilo y discos compactos), los libros y las fotografías, artículos que en la “concepción de realidad” de cualquier persona no significan más que dinero invertido en nada.

La música, abstracta e íntima desde su concepción, es un hada que nos envuelve en una nube de emociones, imágenes, recuerdos, aromas y momentos importantes en nuestra vida. Lloramos al compás de los latidos débiles del corazón herido de amor, cantamos a la presencia de lo ausente mientras cientos de labios cantan el último éxito del “mugretonero” del momento. El sonido se percibe, no se palpa. Musicalmente las personas están conectadas entre sí compartiendo espacio y tiempo, pues es bien sabido que desde los albores de la humanidad el hombre comenzó a hacer música en su sentido más básico: el ritmo.

El ritmo es una extensión de los latidos del corazón, del pulso sanguíneo y los impulsos. De ahí que un ritmo lento nos lleve por terrenos mojados de nostalgia mientras que los más desenfrenados “beats” incitan a una fiesta. Otros elementos de la música como la melodía, la armonía y el tiempo, son básicos para crear música o disfrutarla. No es necesario ser una eminencia en solfeo pero una buena educación del sentido musical de cualquier persona ayuda a tener una concepción más estética de lo que escuchamos. Insisto, el reguetón no tiene nada de estético ni cultural. Basura, pues.

La enciclopedia Wikipedia menciona en su definición de música que “la música, como toda manifestación artística, es un producto cultural. El fin de este arte es suscitar una experiencia estética en el oyente, y expresar sentimientos, circunstancias, pensamientos o ideas. La música es un estímulo que afecta el campo perceptivo del individuo; así, el flujo sonoro puede cumplir con variadas funciones (entretenimiento, comunicación, ambientación, etc.)”. Estoy de acuerdo, aunque dudo que las Pussy Cat Dolls o la camada de reguetoneros susciten una experiencia estética, aunque se trate de una manifestación cultural (la cultura del consumo, lo plástico y desechable).

El músico es un medio, jamás el fin. La música elige a sus amantes, a sus amigos, a sus consortes y hasta sus “dioses”, no en balde aquella pinta en la década de los 60 que decía “Clapton es Dios”.

En el mundo existen los aficionados a la música y los profesionales, aunque no tengan un título universitario o diploma, el músico se forma en la praxis, la escuela únicamente provee las herramientas y el conocimiento, por lo tanto el músico se forma como todo ser humano en la vida en los terrenos del amor: se emociona, llora, le rompen el corazón, se lo rasguñan, seduce, enamora, desenamora, golpea, protesta, grita, se libera y llega a la grandeza espiritual, trasciende a través de su obra a las fronteras cronométricas.

La obra de los compositores –ya sean clásicos, populares, folklóricos o de vanguardia electrónica- está registrada en los miles de millones de discos y cintas existentes alrededor del mundo. De manera material la música existe en los surcos del disco de acetato. En la actualidad la música se ha reducido al modo binario de unos y ceros, pulsaciones eléctricas dentro de un laberinto de circuitos microscópicos. Creemos en la música porque podemos crearla e interpretarla ante el público, la disfrutamos, fluye como morfina en medio de un dolor interminable o como miel a través de unos labios ansiosos de besos.

Un proverbio hindú dice “Dios me quiere cuando rezo, pero me ama cuando le canto”. Para los indios la música es el medio para llegar a Dios (Brama, Krishna, Shiva, etc.), y así ha sido en todas las civilizaciones en el que la música sumerge a la masa en un éxtasis interpretado como “posesión divina”.

Afuera hay un mundo resignado a la idea de que “todo ya está escrito”. Dentro de cada individuo late el pulso de la música, y con ello se suceden olas de recuerdos y emociones que nos llevan a afirmar que nuestra vida tiene una banda sonora. La música mueve almas, lo mueve todo; es el motivo por el cual quiero seguir viviendo y en lo que creo ciegamente. Sin música el mundo puede declararse muerto.

Por estas razones la música es la fuerza que me invade y me salva. No importa si los discos se rompen o los mp3 se borran de nuestro disco duro, si nos parten el corazón o el vividor seudo músico burócrata vive de sus regalías, la música jamás nos abandonará porque es parte del ser humano. No creo en una fuerza superior más que en la música.

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