miércoles, noviembre 21, 2007

Citas a ciegas… porque cada quien debe cuidar sus recuerdos.


Quien no haya tenido una cita a ciegas estará mintiendo con todos los dientes. Quien no haya pasado un trago amargo en una de esas citas será porque no la tuvo o decidió no asistir. Muchos coinciden en que una cita a ciegas es un arma de dos filos: o te encuentras con una persona agradable o el adefesio de tus pesadillas nocturnas se materializa en un suspiro. Si es que aún les quedan ganas de suspirar.
Ya todos saben lo que es una cita a ciegas. El tema de las citas a ciegas es recurrente cuando hablamos del uso de Internet. Sin embargo, en realidad, las citas a ciegas se vienen produciendo desde hace siglos. Durante mucho tiempo, los matrimonios fueron de conveniencia, las parejas solían ser establecidas por las familias y siguiendo intereses particulares. Así que en bastantes ocasiones los contrayentes no se conocían sino hasta que estaban muy próximos a casarse. Nos gustaría saber qué pasaba por la cabeza de los contrayentes en esos momentos. Sofía Coppola, en la película 'Marie Antoniette', ilustra esta situación muy claramente. De forma concreta, las citas a ciegas tiene ventajas y desventajas. Si nos ponemos a pensar, resulta curioso que hoy día el número de divorcios y separaciones sea tan alto, teniendo en cuenta que la gran mayoría de personas están en disposición de escoger a su pareja. En el pasado, y todavía en algunos círculos y culturas, la familia se encargaba de arreglar los matrimonios, y no había opción de elegir pareja, ni de separarse.
Los caminos para buscar pareja son múltiples y variados, y algunas veces comienzan por una cita a ciegas. Hay gente que jamás se atrevería a acudir a una cita a ciegas. Para algunas personas es una temeridad quedar con alguien sin saber muy bien a quién se van a encontrar. Sin embargo, las formas de establecer contacto hoy día, especialmente a través de Internet, llevan a un gran número de citas a ciegas en las que ya ha habido intercambio de fotos e, incluso, de imágenes por cámara web. Aún así, la prueba de fuego suele ser el encuentro presencial.
Pero ¿por qué se hacen citas a ciegas? ¿Acaso hemos perdido la capacidad de establecer relaciones interpersonales de manera directa, sin rodeos y sin temor a ser rechazados por nuestro lado oscuro de la luna? El ritmo agitado de la vida moderna nos impide detenernos por un momento para sonreírle a la persona que está a lado de nosotros, para mirarnos al espejo interior y darnos cuenta de que la soledad que nos consume es demasiado humana para los preocupados en acumular riqueza y “horas de vuelo” en un una empresa para conseguir aquel puesto que brinde mayor status.
Hay citas a ciegas que a la primera se siente una vibra chidísima, y como bonus, la persona a conocer llega a ser de nuestro agrado, no obstante siempre cabe el riesgo de no ser del agrado de la otra parte. Pero como dicen algun@s fanáticos del “piensapositivoblablabla”: “una mente positiva atrae cosas positivas”. Ojalá fuera tan fácil como eso.
Admito haber tenido citas a ciegas, algunas gratas y otras merecen estar en la papelera de reciclaje. La primera que tuve desembocó en una amistad que recuerdo con afecto. Sucedió en la Ciudad de México en el primer año que me fui a estudiar (1994). Conocí a la prima de una amiga (amiga que conocía únicamente a través de correo postal), ella era de Cuautla y estudiaba Gastronomía, vivía en la colonia Roma y lo único que sabíamos de cada uno era que nos gustaba la música, pasear y que teníamos 19 años de edad. No teníamos idea de cómo sería físicamente el uno o la otra, así que una tarde nos aventamos a conocernos. Después de haber dado santo y seña a través del teléfono, concertamos la cita. El día decisivo llegó, nos conocimos en un parque y lo más padre de ese momento fue que nos dimos un abrazo fuerte y prolongado, como si nos conociéramos de hace mucho tiempo. Eso me hizo sentir con confianza y el turrón se rompió. Luego de charlar un rato fuimos a comer y de ahí nos fuimos a la feria en Chapultepec. Nos divertimos, reímos, compartimos anécdotas y hasta nos confiamos secretos, todo en una tarde. Fuimos grandes amigos. Ahora no sé nada de ella pues cada quien tomó su camino e hizo su vida pero guardo buenos recuerdos de esos días.
Otras citas a ciegas –y a lo tonto, por qué no- no fueron del todo buenas. A comparación de hace 13 años no había Internet, ahora puedes conocer personas en línea e intercambiar fotos e ideas, aunque las fotos es el recurso más cómodo al que recurren l@s mentiros@s. Cuando se concreta una cita a ciegas con una persona que conocemos en Internet, si intercambió una fotografía podríamos tener idea del físico del “ente” en cuestión pero no es un dato fidedigno y nos predisponemos a conocer a alguien. Pero si la persona en cuestión no da referencia alguna –ni foto ni nada- es motivo razonable para desconfiar y evitar las citas a ciegas, no sólo por la clase de esperpento que conoceríamos sino porque no sabemos qué esperar moralmente de alguien que no da referencias lógicas y confiables (hay quienes mandan una fotografía de una modelo e inventan miles de cuentos chinos).
Sólo hay una cosa cierta: quien se arriesga en una cita a ciegas es porque decide a hacerlo pero no lo convierte en un ser desesperado. Uno debe cuidar sus recuerdos y su salud mental casi intacta. La mejor manera de conocer personas es acercándose, sonreír y mostrar cordialidad; si la otra parte responde de manera positiva entonces podría pensarse en citas futuras. Las citas a ciegas son una opción pero no arreglan la vida.
Repito, uno debe cuidar sus recuerdos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

He leído varios de tus bloggs y este me pareció aparte de interesante muy simpático.
Creo que tienes mucha razón, deberíamos de cuidar nuestros recuerdos.
Gracias por tus atenciones