miércoles, agosto 25, 2010

Escucho, luego existo. Y que la música exista para siempre.

Sin duda alguna la música es un arte que se disfruta mejor cuando se vive la experiencia de su interpretación a través de sus instrumentos. La experiencia que brinda la propagación de las ondas sonoras en el éter y en el aire como suaves susurros de una amante impaciente o el calor del fuego que emana del corazón con las estrepitosas armonías de los instrumentos de viento y percusión.
Así es estimados lectores, el viernes 27 de agosto se presenta por primera vez la Orquesta Sinfónica de Quintana Roo, proyecto que se ha venido anunciando de manera más insistente que entusiasta por parte de la Secretaría de Cultura.

Opiniones diversas las hay, como en todo, como en la vida cotidiana y en la vida política –que es lo que se escucha más en cuanto a hits del momento-. Porque en Chetumal vibra más la “melodía de amor” que la “melodía del espíritu”, cultura y administración pública parecen una relación sentimental “forzada”.
Como músico, como artista subterráneo o en el exilio –más en el exilio- celebro el suceso como la pauta a algo que –iluso como siempre o como algunos- se pretende tenga continuidad en la siguiente administración. Dicen que el pueblo tiene el gobierno que se merece, y que la clase gobernante define “lo tonada con la que todos deben cantar”. En la música existen las disonancias pero aún siendo así, terminan resolviendo a la base tonal. Se ponen de acuerdo. Esto es, en latín, “armonía”.

Me remito a la década de los noventa, específicamente 1991. Se creó la Orquesta Filarmónica de Quintana Roo, proyecto creado durante la administración de Miguel Borge Martín y que el viento del mar caribe erosionó con el paso de los años hasta desaparecer tan pronto como llegó. El primer “castillo de arena”.
La orquesta ofreció temporadas de conciertos memorables pues era la primera vez que la sociedad chetumaleña asistía a un espectáculo de tal magnitud. Una sociedad diversa -¿o dividida?- que escuchaba el “Huapango” de Moncayo únicamente para estar “in”; la gente de los lugares apartados pero que entre sí había verdaderos melómanos, amantes del arte, familiares de algunos músicos, jóvenes como quien esto escribe y que teníamos sed de arte, de algo diferente y que nos nutriera en el camino de la vocación artística. Generación que ahora, como ciudadanos productivos y comprometidos con el quehacer cultural y artístico, demandamos la continuidad y buena administración de los proyectos culturales redactados en papel y olvidados en carpetas, so pretexto de que no generan ganancias a la administración; “no hay recursos”.
Celebro la creación de una orquesta “de casa” porque también abre las posibilidades laborales de músicos locales y nacionales; proporciona el espacio idóneo para que los músicos jóvenes se proyecten metas dentro de su área. Pero no se pueden dormir en los laureles de un egocentrismo institucional, aún tienen mucho trabajo por hacer. La cultura es el quehacer de una sociedad, en la que los hábitos y costumbres le dan una identidad. Chetumal es un pueblo musical por donde se mire, desde los irrefrenables ritmos de la música caribeña, la nostalgia por el bolero, los incipientes sonidos electrónicos de la última generación, el espíritu musical de Chetumal no se detiene.


Queda rescatar a los músicos de otros pueblos del estado, rescatar lo más posible la música del maya pax con estudios serios y actualizados, nuevas grabaciones; falta educar a nuestro pueblo en el goce de espectáculos musicales. Es una pena llegar a un recital o concierto y escuchar las alarmas de “waka waka” de los teléfonos celulares en medio de la pieza musical.

El arte no lleva etiquetas ni es propiedad de nadie más que del pueblo, y el pueblo tiene derecho a crecer con una dosis diaria de alimento para el espíritu. Los perfumes y los “blackberries” a la larga se gastan.


Felicidades a los compañeros músicos por este día que esperamos y deseamos sea al fin, un proyecto de continuidad. Mientras tanto, lectores, gente, pueblo, banda y amigos… que suene la música, que es al final la voz de su espíritu.

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