“Nuestro calendario está poblado de
fiestas. Ciertos días, lo mismo en los lugarejos más apartados que en las
grandes ciudades, el país entero reza, grita, come, se emborracha y mata en
honor de la Virgen de Guadalupe o del general Zaragoza. Cada año, el 15 de
septiembre a las once de la noche, en todas las plazas de México celebramos la
fiesta del Grito; y una multitud enardecida efectivamente grita por espacio de
una hora, quizá para callar mejor el resto del año.” Octavio Paz. ‘Todos santos,
día de muertos’; El laberinto de la soledad.
Habitamos en un país en el que el
exhibicionismo público y la vanidad son filosofías que la sociedad asume como
correctas y dentro del estilo de vida nacional. México lindo y qué herido.
El día a día se ha convertido en un
festín de incertidumbre y miedo maquillado de fiesta que celebra, por enésima
vez, una independencia que no hemos conocido desde el siglo XIX.
¿Qué vamos a celebrar? Nuestra identidad
nacional eclipsada por el modo de vida “americano” obliga a una parte de los
mexicanos a “seguir con el espectáculo” y gritar, al menos durante un breve
lapso de tiempo un Viva México a modo de exorcismo. Porque nos hemos vuelto
indiferentes ante los detalles simples de la vida; perdimos la capacidad de
asombro y, peor aún, consideramos enemigo –casi una escoria humana- a nuestros
compatriotas, tan solo por haber nacido en una entidad diferente a la nuestra.
El nativismo también conduce al fascismo.
¿Cuántos gritos de auxilio se ahogarán
en el oscuro cielo de la noche mexicana? Gritos que piden una oportunidad para
estudiar, para construir un país con progreso a base de trabajo bien
remunerado. En México se escuchen ayes de dolor y pena, pero también se escuchan
los gritos ahogados de las madres que han perdido a sus hijos a manos de un
fantasma que se niega a desaparecer.
México huele a tragedia. Duele en el
alma. Miles de voces huastecas, mayas, mestizas, de todas las etnias y todas
las culturas son ignoradas, como una especie de vergüenza por el pasado
prehispánico.
Sin embargo la fiesta debe continuar
porque, ante el mundo entero, debemos presentar siempre la misma cara bonita.
No hay máscara de luchador que represente la ira contenida o la desesperación
por no encontrar un trabajo que asegure un futuro brillante para nuestros
hijos, hermanos y compatriotas.
México es mucho más que una simple fecha
para gritar a todo pulmón “¡Viva México, cabrones!”. El México realmente
independiente no pierde ciudadanos que se van a Estados Unidos en busca de un
mejor futuro económico; un México independiente no cifra su patriotismo en
cuentos de hadas y niños héroes ni en luchas armadas que no se ganan a favor de
todos.
Gritamos “viva México” muriendo a la
sombra de un régimen que se llena la boca de viandas inalcanzables para un
mexicano que vive con el salario mínimo; gritamos hacia un palacio nacional o
un palacio de gobierno como si las piedras tuvieran la culpa de los errores
cometidos por personajes oscuros de la historia mexicana.
Gritar hasta que el vientre se vacíe de
nuestros temores y debilidades, de nuestra mala costumbre de meterle el pie a
los semejantes, a los paisanos que buscan el desarrollo profesional. Gritemos
hasta derribar la impalpable barrera de la intolerancia e ignorancia para
comenzar a convivir y crecer como Mexicanos. Gritemos hasta que la voz del
Pueblo resuene en los oídos del sordo empresario o gobernante y se abran las
puertas hacia el desarrollo social e individual.
Gritemos que somos mexicanos y que viva
nuestra nación en la paz social y no la de los sepulcros.
Mientras tanto, la verdadera lucha por
una independencia comienza por cada uno de nosotros. La revolución cultural
empieza donde nuestra conciencia se abre a la luz del conocimiento.
La verdadera independencia comenzará cuando estemos
convencidos de nuestra fuerza como nación, en armonía con todas las formas de
vida y cultura.
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