CHETUMAL.- En el año
2005, el periodista Víctor Roura visitó Chetumal con motivo de una conferencia
magistral ofrecida en la Universidad de Quintana Roo dentro del marco de una
Jornada Cultural sobre rock (El rock y sus fronteras elásticas) pues su
especialidad es el periodismo de rock desde los años 70 del siglo XX. Su estancia
en la ciudad y la apreciación personal sobre los grupos musicales de esta
región le llevaron a escribir un artículo para el diario El financiero donde afirma que Chetumal es una ciudad “extrañamente
no rockera”. Una primera apreciación de esta declaración le daría la razón al
periodista, pero el análisis profundo y desde la perspectiva de quien vive
diariamente en esta geografía, llevaría a pensar que el periodista tiene razón,
pero solo parcialmente ya que Chetumal cuenta con una tradición musical
netamente caribeña.
Prueba de ello fue el
poder de convocatoria que actualmente tienen las bandas de reggae y ska emergidas
en Chetumal, sumado al ánimo y excitación desbordado durante las presentaciones
de Cultura Profética y Byron Lee & the Dragonaires en la Explanada de la
Bandera durante el Festival de Cultura del Caribe 2011. El chetumaleño no puede
negar la cruz de su parroquia y vibra al ritmo de canciones como “Tiny Winey” o
“Hot hot hot”.
Este encuentro con la
identidad caribeña se encuentra reforzado por la tradición de la práctica musical
caribeña que se niega a morir frente a la invasión de nuevas formas musicales
como el reguetón o la música de banda, modificada para satisfacer el gusto
popular. Desde los años 60 del siglo XX, los primeros grupos de ska y reggae
surgidos en Chetumal como Benito Mercerón (Benny Loeza) y el Conjunto Siboney y
el mítico grupo Ely Combo, fueron quienes sentaron las bases para que las
generaciones posteriores de músicos de la localidad.
En la década de los 80
el Club y Arena Quintana Roo fue el santuario de la música caribeña por
excelencia en el que cada fin de semana se organizaban bailes populares con
grupos como Chacón y su grupo Montecristo, Benny y su Grupo, Opus 6, Gilharry
Seven, Kontiki, Los Cuervos, Super Crack, Lucio y su Nueva Generación, Chico
Ché y la Crisis, entre otras bandas memorables de Corozal, San Pedro, Orange
Walk y Chetumal.
Fue en la década de los
90 cuando las nuevas tendencias musicales comenzaron a invadir el gusto de los
jóvenes. Con la introducción de la televisión por cable en algunas zonas
“privilegiadas” de la ciudad, muchos jóvenes volvieron su vista y sus oídos al
sonido procedente de la MTV, abriendo una ventana sensorial al mundo que
comenzaba el acelerado proceso de globalización en medio de una crisis
económica como nunca antes se había vivido en México. Así, Chetumal vivió el
movimiento “subterráneo” de bandas de rock dedicadas a interpretar “versiones”
de otros grupos de rock nacional y norteamericano, saturando la escena de pocas
propuestas novedosas y demasiados sentimientos de competencia e intereses
económicos. En la ciudad existieron dos foros importantes en el sentido
“laboral”, los bares “Es 3” y “Rock Shots”. Los músicos “caribeños” se
refugiaron en su propia escena subterránea, esperando la ocasión para tomar lo
que por derecho les corresponde.
La demanda pública por
lugares de entretenimiento sin “greñudos escandalosos y marihuanos” eclipsó el
espíritu rockero de dichos foros y los grupos de rock se refugiaron en los
foros improvisados, recibiendo poco apoyo de las instituciones culturales, relegándolos
al anonimato. En los últimos diez años son pocos los grupos de esta vertiente
musical los que han recibido apoyo del sector cultural.
Lo que sucedió durante
la primera década del año 2000 hasta nuestros días merece la atención de los
estudiosos del fenómeno cultural y musical de nuestra región. Una joven
avanzada de músicos chetumaleños nacidos hacia la segunda mitad de la década de
los 80 vendría a retomar la tradición musical caribeña que los músicos rockeros
ignoraron. La sociedad chetumaleña, tan arraigada a los ritmos frenéticos y
sensuales de la música caribeña y cuyo espíritu se encuentra agazapado en la
mazmorra de la “doble moral”, consideró inapropiado dejarse llevar por el
frenesí de los ritmos provenientes de Jamaica y Belice, relegándolos
injustamente al gusto de las clases marginadas.
Los grupos de la nueva
generación musical de Chetumal tienen tanto poder de convocatoria que sin
problema logran llenar un foro como la Explanada de la Bandera y cuya
experiencia en escena les permite ser portavoces de la nueva conciencia. Sin
embargo los grupos musicales locales se encuentran con la sempiterna apatía de
las instituciones culturales y hasta de los empresarios quienes cierran las
puertas a toda forma de expresión artística comprometida con el placer estético
y la difusión de las ideas.
Lo que escuchamos la
noche del 19 de noviembre con Byron Lee & the Dragonaires, es el sonido de
esta tierra, la del sur del estado. No es ni la Salsa, ni el reguetón ni
Ricardo Cerato: es el calypso y la soca, el ska y el reggae, el brockdon.
El cierre del Festival de Cultura del Caribe registró
una audiencia de más de 2 mil personas que bailaron y se emocionaron con la
actuación de Byron Lee & the Dragonaires, hecho que trajo a la memoria de
muchos chetumaleños aquellas inolvidables tardeadas en la Explanada de la
Bandera amenizadas por Ely Combo o Benny y su Grupo. Víctor Roura tuvo razón en
afirmar que el público chetumaleño no es rockero, pero no tuvo el tiempo
suficiente para percatarse de la herencia caribeña que los músicos
contemporáneos han tomado como estandarte de una identidad cultural a la que se
niegan a renunciar y que ha sido tomada por artistas villamelones que buscan el
favor de una institución cultural que da la espalda a las manifestaciones artísticas
surgidas del pueblo chetumaleño, ese mismo que lleva el espíritu de la música
caribeña en su interior.
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