Por: Claudia Ceja Andrade*10/12/2006 (Tomado del Nuevo Excelsior)
"Compañero Allende: ni un paso atrás", "Allende, México te defiende", "Estamos con usted en la lucha por América Latina", "Allende, Chile vencerá". Con éstas y otras expresiones, miles de obreros, estudiantes, campesinos y sobre todo jóvenes mexicanos corrían de un lado a otro gritando con gran entusiasmo, la tarde del 30 de noviembre de 1972, ante la llegada a México del presidente de Chile, Salvador Allende.
Rompiendo el protocolo de recepción de un jefe de Estado, los mexicanos brindaron al presidente Allende una bienvenida cálida y multitudinaria. De acuerdo con periódicos de la época, una "valla humana" de casi 16 kilómetros se formó desde el aeropuerto internacional hasta la embajada chilena, en las Lomas; así, México refrendaba su apoyo incondicional al pueblo chileno y a su dirigente.
Para algunos, el acto vivido por Allende en nuestro país "fue, en sí, el [del] pueblo que se volcó en las calles para saludar, aplaudir y vitorear a un hombre que busca[ba] la reivindicación de los suyos". De ello no cabe la menor duda; no obstante, a 34 años de distancia también debe entenderse como la demanda de miles de mexicanos que hicieron suya la lucha del pueblo sudamericano en pos de una verdadera democracia y una mayor independencia respecto del extranjero, especialmente de Estados Unidos.
Allende y su pueblo representaban la lucha tenaz por un país libre e independiente que buscaba la transición democrática al socialismo. Cuando Luis Echeverría expresó: "Han iniciado ustedes en México un viaje en el curso del cual le dirán al mundo cuál es la batalla de Chile por su libertad", sin vacilar Allende le respondió: "No queremos vasallaje, ni colonialismo, sino independencia".
La república de Chile y su entonces Presidente eran ejemplos a seguir para aquellos hombres y mujeres identificados con los ideales revolucionarios y con la izquierda marxista. La visita de Allende fue un momento apoteósico y significativo para los escépticos respecto del futuro ante el crispado presente: la represión al movimiento estudiantil de 1968 más allá de acallar las voces descontentas, provocó un encono mayor contra el Estado; asimismo, las huelgas, las movilizaciones de ferrocarrileros y electricistas, la inflación, el déficit comercial y el incremento de la deuda externa abonaban cada día más un conflicto social de mayor envergadura. En esas circunstancias, para un sector descontento de la sociedad, las revoluciones que llevaban a cabo algunos pueblos de Latinoamérica se dibujaban como una promesa en el horizonte.
Hombres de izquierda como Pablo González Casanova, quien era rector de la Universidad Nacional Autónoma de México –que por cierto, llevaba más de un mes de huelga–, y David Alfaro Siquieros se encontraron con Salvador Allende; lo hizo incluso el ideólogo del PRI, Jesús Reyes Heroles, quien ante la pregunta de si su partido recibiría con gusto la visita de un mandatario socialista, simplemente contestó: "El PRI recibe con los brazos abiertos al presidente Salvador Allende".
Pese a las molestias de algunos sectores conservadores, que no veían con buenos ojos la relación de Echeverría con Allende, el Ejecutivo chileno ofreció un discurso en el Congreso de la Unión argumentando: "Tenemos una filosofía distinta que no niego, pero hemos conjugado un lenguaje que se proyecta en el continente y más allá"; en esa misma tribuna, Echeverría respondió: "Ha llegado usted en el momento en que hemos redefinido el rumbo de nuestras instituciones".
Sin lugar a dudas, uno de los momentos cumbre de esa visita fue el 3 de diciembre, en el Auditorio Central del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades de la Universidad de Guadalajara; justo ahí, Allende desnudó sus ideales y sus mejores deseos para toda América Latina; denunció la rapacidad del imperialismo, evidenció la pobreza y la explotación de los pueblos latinoamericanos y, especialmente, habló de la responsabilidad y el significado de ser joven, más aún, de ser un "joven universitario" y de la imperiosa necesidad de que éstos contribuyeran a mejorar las condiciones materiales de sus pueblos: "Yo, que soy un hombre que pasó por la universidad, he aprendido mucho más de la universidad de la vida: he aprendido de la madre proletaria en las barriadas marginales; he aprendido del campesino, que sin hablarme, me dijo la explotación más que centenaria de su padre, de su abuelo o de su tatarabuelo; he aprendido del obrero, que en la industria es un número o era un número y que nada significaba como ser humano, y he aprendido de las densas multitudes que han tenido paciencia para esperar".
Al despedirse de México, Salvador Allende puntualizó: "Gracias por comprender el drama de mi patria, que es, como dijera el poeta Pablo Neruda, un Vietnam silencioso; no hay tropas de ocupación ni poderosos aviones nublan los cielos limpios de mi tierra, pero estamos bloqueados económicamente, pero no tenemos créditos […] pero no tenemos cómo comprar alimentos y nos faltan medicamentos, y para derrotar a los que así proceden, sólo cabe que los pueblos entiendan quiénes son sus amigos y quiénes son sus enemigos […] Yo sé […] que México ha sido y será […] amigo de mi patria".
Después de aquel acto y de su estancia en nuestro país, el presidente Salvador Allende partió del aeropuerto Miguel Hidalgo en Guadalajara rumbo a Estados Unidos para poner en evidencia las agresiones internacionales de las que era víctima su país, en el marco de una reunión de la ONU.
Era la primera vez que el pueblo de México recibía a un Primer Mandatario de tales proporciones, un dirigente que venía trabajando por los "de abajo", razón por la cual el recibimiento rebasó lo oficial, convirtiéndose en popular. Por espacio de cuatro días, los mexicanos rindieron honores al hombre y al pueblo que simbolizaban una de las esperanzas para el futuro de América Latina.
Nueve meses después, México y el mundo entero despertaron con la noticia de que aquel "Vietnam" no estaría más tiempo silencioso.
*Investigadora del Instituto Nacional de Estudios Históricos de las Revoluciones de México (INEHRM)
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