Y estaba aquí, sentado en una esquina de mi vida, oculto bajo la delgada capa de inocencia que quedaba de mi infancia, como si todos mis sueños se hubiesen esfumado tras la violenta toma del paraíso virtual. Nada, ni siquiera una voz inconforme se levantó por encima de los parlantes desquiciados. Las pantallas reflejaban una vorágine de mentiras preparadas y sucesos inexplicables, como en esos sueños en que un símbolo se levanta por encima de la masa social.
Una o dos veces me pregunté si el mareo vespertino provenía de una boca que eructaba frases sin sentido. Me colgué de una lengua púrpura para meterme en sueños alternos a la realidad distorsionada. Normal, ¿qué es ser normal? Ser normal no es vivir obedeciendo a la voz de la arena, o caminar sobre las piedras candentes de la sociedad consumista… consumiendo almas, consumiendo deseos.
El ritmo de mi vida disminuye y apenas comienza la noche. “Déjenme volar que quiero atravesar el mar de la simulación. Quiero convertirme en un haz de luz que viaja con el tiempo consumido en un hoyo negro, absorbiendo galaxias, descubriendo paraísos virtuales”.
Seguí sentado sobre mi sombra mientras la pantalla continuaba con su función hipnotizadora. Mis lágrimas rojas brotaron al caer la tarde en mis ojos lunares, clavado en la pared como uno de esos santos de madera, alrededor se escucharon las voces de los resignados: “esto es el principio, este es el bueno”.
Dijeron que mi inconformidad era amarilla cuando acusé a una mente manipulada, espíritu perdido en la mortal aspiración de una vida acomodada; nada más lejos de la verdad, nunca he marchado con el sol negro. Tampoco he sido un hippie anacrónico pues no soporto la desagradable pasividad de vivir amargado por la modernidad ni el falso papel de chauvinista.
Fumo ramitas de recuerdos diurnos acompañado del conejo azul, la cara de la luna, el mar de la tranquilidad. La frágil capa de inocencia refleja los recuerdos proyectados por mis ojos de diamante. Las lágrimas rojas acarician la voz de los sordos, colorean las noches grises bajo las faldas de una amante improvisada. Seductor es aquél rostro emergiendo en las pantallas caseras, lengua mentirosa y afilada, lista para matar la conciencia.
Y aquí sigo sentado, agazapado bajo el manto estelar de la creatividad nocturna. Allá afuera respiran una felicidad aparente. Nada será igual, todo será como ayer pero nunca llegará un mañana diferente.
Una o dos veces me pregunté si el mareo vespertino provenía de una boca que eructaba frases sin sentido. Me colgué de una lengua púrpura para meterme en sueños alternos a la realidad distorsionada. Normal, ¿qué es ser normal? Ser normal no es vivir obedeciendo a la voz de la arena, o caminar sobre las piedras candentes de la sociedad consumista… consumiendo almas, consumiendo deseos.
El ritmo de mi vida disminuye y apenas comienza la noche. “Déjenme volar que quiero atravesar el mar de la simulación. Quiero convertirme en un haz de luz que viaja con el tiempo consumido en un hoyo negro, absorbiendo galaxias, descubriendo paraísos virtuales”.
Seguí sentado sobre mi sombra mientras la pantalla continuaba con su función hipnotizadora. Mis lágrimas rojas brotaron al caer la tarde en mis ojos lunares, clavado en la pared como uno de esos santos de madera, alrededor se escucharon las voces de los resignados: “esto es el principio, este es el bueno”.
Dijeron que mi inconformidad era amarilla cuando acusé a una mente manipulada, espíritu perdido en la mortal aspiración de una vida acomodada; nada más lejos de la verdad, nunca he marchado con el sol negro. Tampoco he sido un hippie anacrónico pues no soporto la desagradable pasividad de vivir amargado por la modernidad ni el falso papel de chauvinista.
Fumo ramitas de recuerdos diurnos acompañado del conejo azul, la cara de la luna, el mar de la tranquilidad. La frágil capa de inocencia refleja los recuerdos proyectados por mis ojos de diamante. Las lágrimas rojas acarician la voz de los sordos, colorean las noches grises bajo las faldas de una amante improvisada. Seductor es aquél rostro emergiendo en las pantallas caseras, lengua mentirosa y afilada, lista para matar la conciencia.
Y aquí sigo sentado, agazapado bajo el manto estelar de la creatividad nocturna. Allá afuera respiran una felicidad aparente. Nada será igual, todo será como ayer pero nunca llegará un mañana diferente.
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