Independencia, fiesta mexicana, grito y juegos pirotécnicos. Elementos que parecen más un cliché que un verdadero motivo de orgullo. Aún quedan niños que se entusiasman por esta “celebración”, quedan mexicanos que vibran durante la fiesta patria y gritan y cantan con orgullo su himno nacional. Pero hoy, a estas alturas de la historia de México y de mi propia vida, ya no me entusiasman las fiestas patrias.
Si bien esto es un tema extemporáneo, el eco de lo que los mexicanos “celebraron” hace unos días resuena en mi cabeza como idea persistente en una noche de insomnio.
Para empezar, el escenario de una fiesta popular mexicana en 15 de septiembre realizada en nuestros días no es ni la mínima parte de lo que se acostumbraba a principios del siglo XX, en el que los motivos mexicanos adornaban los parques. No hablo de pendones ni publicidad típica de las instituciones burocráticas con los rostros de los héroes de la patria (o la cara sonriente de un servidor público) sino de aquellos adornos de papel de china con los colores de la bandera, los aromas de los dulces típicos, la comida, los utensilios, la vestimenta y la música. Podría parecer conservador a simple vista pero también esa idea sería un triunfo más de la globalización el aceptar el panorama actual.
En la primaria nos enseñaron que los Niños Héroes dieron su vida por la patria, que Juan Escutia envolvió su cuerpo con la bandera para evitar que cayera en manos enemigas (suficiente para hacernos creer en un acto heroico) y que Miguel Hidalgo llamó a los mexicanos para luchar en pos de su libertad y sus derechos, como acertadamente vociferó uno de los maestros de ceremonias durante la noche del grito en la explanada de la bandera. Hay que hacer una revisión de los verdaderos motivos del inicio de la lucha de independencia y dejar de creer los cuentos de hadas que enseñan en la primaria.
Gritamos ¡Viva México! cuando permitimos que una bola de pillos venda al país pedazo por pedazo, nos volvemos cómplices de los vendepatrias que desmoronan la grandeza cultural, científica y social de México. Hablamos de una diversidad cultural, del orgullo por nuestras tradiciones y costumbres, de una abolición de la esclavitud y de “patria y libertad”, pero nos chutamos la fiesta del Halloween en la preparatoria, aceptamos a un Santa Claus y nos retacamos de amigos extranjeros cuando ni siquiera podemos llevar una buena relación con nuestro vecino del centro del país o el de la casa de a lado. Y si hablamos de abolición de la esclavitud y el fin del sometimiento indígena, aquellos “yuppies jipitecas” que tanto pregonan el respeto por las etnias del país primero deberían enseñarle a leer a la persona que les lava la ropa sucia en lugar de relegarla a simples tareas domesticas, llamarla por su nombre en todo momento y evitar el apodo de “chacha”.
La “fiesta de la Independencia mexicana” se ha convertido en el escenario multicolor donde los gobernantes hacen alarde de gritos, poses y ademanes dentro de un escenario con una invisible línea divisoria que separa a un pueblo mal comido, analfabeta y conformista, de una sociedad preocupada por su traje de noche, que ejerce el poder, no para el beneficio de su pueblo sino para acceder a un lugar en la zona VIP.
Soportamos una y otra vez la misma tonada subliminal: “los héroes que nos dieron patria, que lucharon para que vivamos en un país libre y pacífico, en un país donde todos vivamos como seres humanos y orgullosos de nuestra cultura”.
¿País pacífico? Últimamente aparecen fotografías de un paraíso terrenal ensangrentado y lleno de cabezas. ¿Un país donde vivamos como seres humanos? “Mostradme un(a) mexicano(a) saludable, alfabetizado al 95 por ciento, humanizado y libre y comenzaré una revolución cultural”… sin olvidar a las miles de mujeres golpeadas, violadas y asesinadas, los niños de la calle y los ancianos abandonados en las banquetas y en los rincones de nuestra memoria. ¿Orgullosos de nuestra cultura? Ya mencioné que nos disfrazamos de “algo” en lugar de montar un altar con respeto y de la manera correcta para nuestros difuntos, no digamos ya de los que vibran con el “Huapango” de José Pablo Moncayo sin tener la menor idea de lo que es un “Son”.
México es un cuadro surrealista en el que la dicotomía es el elemento principal. México libre e independiente es una utopía que rebasa todo discurso político, planes sexenales y publicidad en medios de comunicación.
México es un país rico y sus habitantes son pobres, pero no pobres económicamente sino culturalmente. Este país debe asegurar las garantías individuales para cada mexicano y no ser un país en el que los morenos sirvan las bebidas en el palacio de gobierno.
Si bien esto es un tema extemporáneo, el eco de lo que los mexicanos “celebraron” hace unos días resuena en mi cabeza como idea persistente en una noche de insomnio.
Para empezar, el escenario de una fiesta popular mexicana en 15 de septiembre realizada en nuestros días no es ni la mínima parte de lo que se acostumbraba a principios del siglo XX, en el que los motivos mexicanos adornaban los parques. No hablo de pendones ni publicidad típica de las instituciones burocráticas con los rostros de los héroes de la patria (o la cara sonriente de un servidor público) sino de aquellos adornos de papel de china con los colores de la bandera, los aromas de los dulces típicos, la comida, los utensilios, la vestimenta y la música. Podría parecer conservador a simple vista pero también esa idea sería un triunfo más de la globalización el aceptar el panorama actual.
En la primaria nos enseñaron que los Niños Héroes dieron su vida por la patria, que Juan Escutia envolvió su cuerpo con la bandera para evitar que cayera en manos enemigas (suficiente para hacernos creer en un acto heroico) y que Miguel Hidalgo llamó a los mexicanos para luchar en pos de su libertad y sus derechos, como acertadamente vociferó uno de los maestros de ceremonias durante la noche del grito en la explanada de la bandera. Hay que hacer una revisión de los verdaderos motivos del inicio de la lucha de independencia y dejar de creer los cuentos de hadas que enseñan en la primaria.
Gritamos ¡Viva México! cuando permitimos que una bola de pillos venda al país pedazo por pedazo, nos volvemos cómplices de los vendepatrias que desmoronan la grandeza cultural, científica y social de México. Hablamos de una diversidad cultural, del orgullo por nuestras tradiciones y costumbres, de una abolición de la esclavitud y de “patria y libertad”, pero nos chutamos la fiesta del Halloween en la preparatoria, aceptamos a un Santa Claus y nos retacamos de amigos extranjeros cuando ni siquiera podemos llevar una buena relación con nuestro vecino del centro del país o el de la casa de a lado. Y si hablamos de abolición de la esclavitud y el fin del sometimiento indígena, aquellos “yuppies jipitecas” que tanto pregonan el respeto por las etnias del país primero deberían enseñarle a leer a la persona que les lava la ropa sucia en lugar de relegarla a simples tareas domesticas, llamarla por su nombre en todo momento y evitar el apodo de “chacha”.
La “fiesta de la Independencia mexicana” se ha convertido en el escenario multicolor donde los gobernantes hacen alarde de gritos, poses y ademanes dentro de un escenario con una invisible línea divisoria que separa a un pueblo mal comido, analfabeta y conformista, de una sociedad preocupada por su traje de noche, que ejerce el poder, no para el beneficio de su pueblo sino para acceder a un lugar en la zona VIP.
Soportamos una y otra vez la misma tonada subliminal: “los héroes que nos dieron patria, que lucharon para que vivamos en un país libre y pacífico, en un país donde todos vivamos como seres humanos y orgullosos de nuestra cultura”.
¿País pacífico? Últimamente aparecen fotografías de un paraíso terrenal ensangrentado y lleno de cabezas. ¿Un país donde vivamos como seres humanos? “Mostradme un(a) mexicano(a) saludable, alfabetizado al 95 por ciento, humanizado y libre y comenzaré una revolución cultural”… sin olvidar a las miles de mujeres golpeadas, violadas y asesinadas, los niños de la calle y los ancianos abandonados en las banquetas y en los rincones de nuestra memoria. ¿Orgullosos de nuestra cultura? Ya mencioné que nos disfrazamos de “algo” en lugar de montar un altar con respeto y de la manera correcta para nuestros difuntos, no digamos ya de los que vibran con el “Huapango” de José Pablo Moncayo sin tener la menor idea de lo que es un “Son”.
México es un cuadro surrealista en el que la dicotomía es el elemento principal. México libre e independiente es una utopía que rebasa todo discurso político, planes sexenales y publicidad en medios de comunicación.
México es un país rico y sus habitantes son pobres, pero no pobres económicamente sino culturalmente. Este país debe asegurar las garantías individuales para cada mexicano y no ser un país en el que los morenos sirvan las bebidas en el palacio de gobierno.
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