“Te daré todo lo que tengo para dar si tú me dices que también me amas, puede que no tenga mucho que dar pero lo que tenga te lo daré. A mí no me importa demasiado el dinero porque el dinero no puede comprarme amor.” Can’t buy me love, Lennon-McCartney.
¿Para qué escribir de amor cuando el amor mismo se ha vuelto en un producto de consumo? ¿Para qué desgarrarnos las vestiduras y la piel por alguien que sólo espera a que paguemos la cuenta de la cena del Día de San Valentín? ¿Nuestros amigos son en verdad nuestros amigos? Son demasiadas preguntas y la vida, muy corta. En el mundo actual no hay lugar para soñadores, quejitas, gente que siente y ríe y llora: ahora está prohibido pensar y sentir, ser un “humano” es para mediocres. El amor ha sido negado para todo aquel que realmente siente en cada centímetro del alma, se limita a dormir entre las sábanas de la banalidad y el sexismo.
Parece que las celebraciones humanas están condicionadas por las corporaciones para obligar a la masa a comprar cosas que en realidad no necesitan. Nada de malo hay en adquirir objetos si uno desea tenerlos, lo peor se avecina en el momento en que nos obsesionamos por “poseer”. Cuando el deseo de poseer no es satisfecho, la persona cae en la depresión, en la ira y la envidia. Sin darnos cuenta, nos convertimos en autómatas de la televisión, de las marcas, de las transnacionales que nos regalan la idea y someten la conciencia en un continuo deseo de poseer, de gastar, en lugar de entregar lo más valioso de nosotros.
¿De qué hablo? De los “Días del blablabla…”, y una de las primeras campañas de publicidad es la del 14 de febrero. Clichés, frases vacías, ofertas de teléfonos celulares, ropa, zapatos; objetos y más “chucherías” que ahora simbolizan el afecto de las personas, el amor desmedido entre las parejas.
No me gusta la navidad, pero el 14 de febrero se lleva el primer lugar en el Top Ten de las fechas aborrecibles del año. ¿Sólo se ama en 14 de febrero?, eso nos hacen creer. De repente, todos se aman, como si en el desayuno de la mañana del 14 de febrero alguien hubiese añadido algunas dosis de “XTC” como para amarlos a todos, de manera irrefrenable e intensa.
Amar está reservado para los que tienen todo el poder de su firma; el amor anda sobre ruedas (de un Audi) a toda velocidad y se intoxica en el fondo de una botella, se cura las heridas (de un faje) con vendajes (cortesía de Zara) y a veces hasta impulsa a crear un carnaval multicolor (claro, con luces del mejor antro de la ciudad). El resto del año lo dedicamos a desdeñar las cosas sencillas de la vida, de la persona amada y de la compañía de los amigos: si no recibimos cosas materiales a cambio, no vale la pena estar con alguien.
La televisión dice: “este 14 de febrero regala amor con un kit”, y todos corren a comprar el kit. Me gustaba más cuando alguien me regalaba un chocolate, una tarjeta elaborada a mano y en casa, y ya no digamos el helado o la paleta por el simple hecho de que “nos quieren”. Y no era 14 de febrero.
No queremos aceptar que en esta fecha amamos por obligación más que por convicción. Amamos un día y el resto del año somos incapaces de arreglar las diferencias con la pareja, de ceder un poco y de crecer juntos (supongo que eso hacen las parejas).
Amar se convierte en una costumbre irremediable en estos tiempos. Se vuelve monótono, pierde el sabor de la sal en la piel, de la amargura de una discusión que al final del día se puede arreglar entre sábanas y cuerpos sudados.
Amigos. Es sólo una utopía. Amigos sólo se cuentan con tres dedos de una mano y aún así, sobrarían los dedos. Dice por ahí una rola: “te voy a dar la tabla de sumar, para que cuentes los amigos que se van, los que parece de tu condición son los que clavan en tu espalda su puñal”. Todo está dicho en esa frase.
Es difícil hablar del amor, sobre todo cuando no se tiene. Más difícil aún es sobrevivir en un mundo donde no hay lugar para los soñadores. ¿Por qué limitarnos a amar un solo día cuando podemos hacerlo toda la vida?
Hay que hacer el amor, sin tabúes ni temores a una justicia divina (claro, utilizando un condón); hay que ser tolerantes con los amigos pero sin condicionar la amistad con el préstamo de baratijas.
No voy a despedirme con el clichoso “todos los días del año son 14 de febrero”, hay que quemar esa frase. Simplemente, dense amor, háganse el amor, coman amor, compartan y entreguen amor sin miramientos ni condiciones. El amor no se vende ni se compra en almacenes de prestigio, el amor es para todos.
¿Para qué escribir de amor cuando el amor mismo se ha vuelto en un producto de consumo? ¿Para qué desgarrarnos las vestiduras y la piel por alguien que sólo espera a que paguemos la cuenta de la cena del Día de San Valentín? ¿Nuestros amigos son en verdad nuestros amigos? Son demasiadas preguntas y la vida, muy corta. En el mundo actual no hay lugar para soñadores, quejitas, gente que siente y ríe y llora: ahora está prohibido pensar y sentir, ser un “humano” es para mediocres. El amor ha sido negado para todo aquel que realmente siente en cada centímetro del alma, se limita a dormir entre las sábanas de la banalidad y el sexismo.
Parece que las celebraciones humanas están condicionadas por las corporaciones para obligar a la masa a comprar cosas que en realidad no necesitan. Nada de malo hay en adquirir objetos si uno desea tenerlos, lo peor se avecina en el momento en que nos obsesionamos por “poseer”. Cuando el deseo de poseer no es satisfecho, la persona cae en la depresión, en la ira y la envidia. Sin darnos cuenta, nos convertimos en autómatas de la televisión, de las marcas, de las transnacionales que nos regalan la idea y someten la conciencia en un continuo deseo de poseer, de gastar, en lugar de entregar lo más valioso de nosotros.
¿De qué hablo? De los “Días del blablabla…”, y una de las primeras campañas de publicidad es la del 14 de febrero. Clichés, frases vacías, ofertas de teléfonos celulares, ropa, zapatos; objetos y más “chucherías” que ahora simbolizan el afecto de las personas, el amor desmedido entre las parejas.
No me gusta la navidad, pero el 14 de febrero se lleva el primer lugar en el Top Ten de las fechas aborrecibles del año. ¿Sólo se ama en 14 de febrero?, eso nos hacen creer. De repente, todos se aman, como si en el desayuno de la mañana del 14 de febrero alguien hubiese añadido algunas dosis de “XTC” como para amarlos a todos, de manera irrefrenable e intensa.
Amar está reservado para los que tienen todo el poder de su firma; el amor anda sobre ruedas (de un Audi) a toda velocidad y se intoxica en el fondo de una botella, se cura las heridas (de un faje) con vendajes (cortesía de Zara) y a veces hasta impulsa a crear un carnaval multicolor (claro, con luces del mejor antro de la ciudad). El resto del año lo dedicamos a desdeñar las cosas sencillas de la vida, de la persona amada y de la compañía de los amigos: si no recibimos cosas materiales a cambio, no vale la pena estar con alguien.
La televisión dice: “este 14 de febrero regala amor con un kit”, y todos corren a comprar el kit. Me gustaba más cuando alguien me regalaba un chocolate, una tarjeta elaborada a mano y en casa, y ya no digamos el helado o la paleta por el simple hecho de que “nos quieren”. Y no era 14 de febrero.
No queremos aceptar que en esta fecha amamos por obligación más que por convicción. Amamos un día y el resto del año somos incapaces de arreglar las diferencias con la pareja, de ceder un poco y de crecer juntos (supongo que eso hacen las parejas).
Amar se convierte en una costumbre irremediable en estos tiempos. Se vuelve monótono, pierde el sabor de la sal en la piel, de la amargura de una discusión que al final del día se puede arreglar entre sábanas y cuerpos sudados.
Amigos. Es sólo una utopía. Amigos sólo se cuentan con tres dedos de una mano y aún así, sobrarían los dedos. Dice por ahí una rola: “te voy a dar la tabla de sumar, para que cuentes los amigos que se van, los que parece de tu condición son los que clavan en tu espalda su puñal”. Todo está dicho en esa frase.
Es difícil hablar del amor, sobre todo cuando no se tiene. Más difícil aún es sobrevivir en un mundo donde no hay lugar para los soñadores. ¿Por qué limitarnos a amar un solo día cuando podemos hacerlo toda la vida?
Hay que hacer el amor, sin tabúes ni temores a una justicia divina (claro, utilizando un condón); hay que ser tolerantes con los amigos pero sin condicionar la amistad con el préstamo de baratijas.
No voy a despedirme con el clichoso “todos los días del año son 14 de febrero”, hay que quemar esa frase. Simplemente, dense amor, háganse el amor, coman amor, compartan y entreguen amor sin miramientos ni condiciones. El amor no se vende ni se compra en almacenes de prestigio, el amor es para todos.
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