¿Qué significado tiene la bandera nacional para las generaciones jóvenes? La respuesta ellos mismos la pueden dar si les preguntamos pero me temo que no querrán tomarse la molestia de responder. El pretexto: “hablar de esas cosas me da flojera”, ó “yo sólo saludaba a la bandera en el homenaje pero me fastidiaba”. No los culpo, eso de pararse cada lunes en la plaza cívica de cualquier escuela era un verdadero suplicio, sobre todo si pasaban una hora y media bajo el sol de esta región.
La bandera nacional ha sufrido muchos cambios a lo largo de su historia. Está de más dar cuenta de su nacimiento, evolución y transformación. Lo que nos tiene escribiendo en este momento es la importancia que tiene la bandera nacional mexicana para los jóvenes, e incluso, hasta para los adultos.
En los inicios del siglo XXI, México ya no es un país que viva bajo incesantes guerras internas o invasiones extranjeras. No al menos de la forma en que las padeció durante el siglo XIX, basta con ver la invasión de trasnacionales, españoletes usurpadores de la Secretaría de Gobierno, ideologías religiosas, sectas, y demás. Pero además de eso, los mexicanos han crecido con el cuento de que “los héroes de la Patria murieron por defender la dignidad de la bandera”. Todos conocemos la proeza heroica de Juan Escutia a quien, como si fuera un personaje santo –dado que México es un país “guadalupano”- no se le puede cuestionar ni poner en tela de juicio tal acción, pro hay quienes afirman que en realidad, Escutia no se arrojó al vacío “por amor a la bandera”. La verdad sólo la sabe Escutia, pero ya está muerto.
México es un país que tiene pasado histórico que pude despertar muchas incógnitas. La historia está llena de héroes y villanos, como una telenovela; personajes berrinchudos, algunos geniales como Fray Servando Teresa de Mier quien también cuestionó la existencia de Juan Diego y el “milagro del Tepeyac”. Hay de todo, pero sobresalen las guerras.
Una bandera nacional debe sintetizar la historia de un país, es el símbolo de una nación y no de unos cuantos (si, esos que tomaron los tres colores para crear un partido político que no sirve para nada). El águila devorando a la serpiente, icono que nace desde los primeros habitantes de Tenochtitlán y que sirvió de inspiración para encontrar la tierra prometida. La bandera debe ser el estandarte de todos los que habitamos este país, tan devaluado y violado, desgarrado en el alma de cada mexicano que trabaja más de ocho horas con tal de poder comprar una “Big Mac” y una coca cola; más que un pedazo de tela que ondea en los estadios de futbol cuando juega la selección, debe ser el símbolo de unión entre los ciudadanos, que le de color a sus ideales revolucionarios.
Tengo recuerdos muy frescos de una ocasión durante el verano de 1993, tomé parte en un campamento scout en Belice. Hasta entonces había cantado el Himno Nacional Mexicano infinidad de veces al momento de hacer el saludo a la bandera. Nunca había sentido ni orgullo ni devoción, como la que demostraría cualquier cristiano católico hacia un Cristo crucificado. Pero el hecho de estar fuera de mi país me hizo sentir grande, único en el mundo y hasta pensé “mi bandera es hermosa”.
Creo que si los jóvenes no sienten orgullo ni respeto por su bandera es porque están convencidos de que a este país lo gobierna una bola de ineptos y retrógradas que lo único que quieren es obtener el beneficio económico para unos cuantos; porque los colores patrios se han convertido de uso exclusivo de taxis, partidos políticos y calcomanías de candidatos a un sueño efímero. En las escuelas la educación cívica devino en una serie de pláticas moralistas. No quiero imaginar la distopía de que en este país que debe ser republicano y laico, comiencen a ondear banderas tricolores sin el águila real y, en su lugar, se encuentre algún icono religioso, como las que portaban los soldados cristeros. El colmo: vi una camioneta en cierta calle de Chetumal que tenía rotulada una bandera mexicana y encima decía “Cristo es el señor de México”. Un país golpeado por tantas guerras intervencionistas, que nació de una masacre cimentada en una fe que no tenía nada que ver con sus primeros habitantes, merece una defensa laica de sus símbolos.
Tenemos que revisar nuestra historia, conocerla sin mentiras ni doble moral. Hay que enseñar a los más pequeños lo que simbolizan los colores, la historia del escudo nacional y hasta las circunstancias en las que se escribió el Himno Nacional Mexicano, pero sin mentiras ni eufemismos.
México es grande, yo siento orgullo por mi bandera pero no soy chauvinista, el ser humano es egoísta por naturaleza pero eso no es pretexto para los que no tienen la menor intención de defender su soberanía nacional. La bandera nacional es de todos, no del revolucionario institucionalizado ni de ningún cristero fanático.
Lo que ondea en una plaza cívica no es un pedazo de trapo, es nuestra identidad.
La bandera nacional ha sufrido muchos cambios a lo largo de su historia. Está de más dar cuenta de su nacimiento, evolución y transformación. Lo que nos tiene escribiendo en este momento es la importancia que tiene la bandera nacional mexicana para los jóvenes, e incluso, hasta para los adultos.
En los inicios del siglo XXI, México ya no es un país que viva bajo incesantes guerras internas o invasiones extranjeras. No al menos de la forma en que las padeció durante el siglo XIX, basta con ver la invasión de trasnacionales, españoletes usurpadores de la Secretaría de Gobierno, ideologías religiosas, sectas, y demás. Pero además de eso, los mexicanos han crecido con el cuento de que “los héroes de la Patria murieron por defender la dignidad de la bandera”. Todos conocemos la proeza heroica de Juan Escutia a quien, como si fuera un personaje santo –dado que México es un país “guadalupano”- no se le puede cuestionar ni poner en tela de juicio tal acción, pro hay quienes afirman que en realidad, Escutia no se arrojó al vacío “por amor a la bandera”. La verdad sólo la sabe Escutia, pero ya está muerto.
México es un país que tiene pasado histórico que pude despertar muchas incógnitas. La historia está llena de héroes y villanos, como una telenovela; personajes berrinchudos, algunos geniales como Fray Servando Teresa de Mier quien también cuestionó la existencia de Juan Diego y el “milagro del Tepeyac”. Hay de todo, pero sobresalen las guerras.
Una bandera nacional debe sintetizar la historia de un país, es el símbolo de una nación y no de unos cuantos (si, esos que tomaron los tres colores para crear un partido político que no sirve para nada). El águila devorando a la serpiente, icono que nace desde los primeros habitantes de Tenochtitlán y que sirvió de inspiración para encontrar la tierra prometida. La bandera debe ser el estandarte de todos los que habitamos este país, tan devaluado y violado, desgarrado en el alma de cada mexicano que trabaja más de ocho horas con tal de poder comprar una “Big Mac” y una coca cola; más que un pedazo de tela que ondea en los estadios de futbol cuando juega la selección, debe ser el símbolo de unión entre los ciudadanos, que le de color a sus ideales revolucionarios.
Tengo recuerdos muy frescos de una ocasión durante el verano de 1993, tomé parte en un campamento scout en Belice. Hasta entonces había cantado el Himno Nacional Mexicano infinidad de veces al momento de hacer el saludo a la bandera. Nunca había sentido ni orgullo ni devoción, como la que demostraría cualquier cristiano católico hacia un Cristo crucificado. Pero el hecho de estar fuera de mi país me hizo sentir grande, único en el mundo y hasta pensé “mi bandera es hermosa”.
Creo que si los jóvenes no sienten orgullo ni respeto por su bandera es porque están convencidos de que a este país lo gobierna una bola de ineptos y retrógradas que lo único que quieren es obtener el beneficio económico para unos cuantos; porque los colores patrios se han convertido de uso exclusivo de taxis, partidos políticos y calcomanías de candidatos a un sueño efímero. En las escuelas la educación cívica devino en una serie de pláticas moralistas. No quiero imaginar la distopía de que en este país que debe ser republicano y laico, comiencen a ondear banderas tricolores sin el águila real y, en su lugar, se encuentre algún icono religioso, como las que portaban los soldados cristeros. El colmo: vi una camioneta en cierta calle de Chetumal que tenía rotulada una bandera mexicana y encima decía “Cristo es el señor de México”. Un país golpeado por tantas guerras intervencionistas, que nació de una masacre cimentada en una fe que no tenía nada que ver con sus primeros habitantes, merece una defensa laica de sus símbolos.
Tenemos que revisar nuestra historia, conocerla sin mentiras ni doble moral. Hay que enseñar a los más pequeños lo que simbolizan los colores, la historia del escudo nacional y hasta las circunstancias en las que se escribió el Himno Nacional Mexicano, pero sin mentiras ni eufemismos.
México es grande, yo siento orgullo por mi bandera pero no soy chauvinista, el ser humano es egoísta por naturaleza pero eso no es pretexto para los que no tienen la menor intención de defender su soberanía nacional. La bandera nacional es de todos, no del revolucionario institucionalizado ni de ningún cristero fanático.
Lo que ondea en una plaza cívica no es un pedazo de trapo, es nuestra identidad.
Al principio empecé a leer, pero... algo me sonaba raro. Hasta que me di cuenta de que escribes desde México... En 2008 se cumplen años de La marcha de Azaña... Presidente de la República española (de ahí la bandera tricolor)
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