CHETUMAL.- Destinado a guardar la
memoria y los restos de los nuestros, el panteón municipal de Chetumal
permanece abierto para recibir la visita de los vivos una vez al año para
recordarlos y convivir los sabores de la vida en el nicho blanco de la memoria.
Dos días de noviembre dedicados a la celebración de vidas pasadas recordando
los hitos y los momentos felices de aquellas personas que formaron parte de la
vida, hace de este rincón de silencio eterno en medio de la irrefrenable vida
moderna. Y como la vida moderna transcurre a velocidad vertiginosa la brevedad
de la reflexión se confunde con la filosofía de lo efímero para caer en el
error humano de evadir la realidad: de aquí somos y aquí todos somos iguales.
Es así que como las tumbas permanecen
abandonadas durante todo el año o en el peor de los casos, abandonadas para
siempre sin mantenimiento, dañadas en los nichos y floreros.
En funcionamiento desde 1949, el panteón
municipal conserva en su terreno a los chetumaleños nacidos hacia la primera
mitad del siglo XX y tiene dos monumentos que honran la memoria de los
fallecidos durante el paso de fenómenos hidrometeorológicos en la zona, como
los huracanes Janet (1955) y Hattie (1961).
La entrada principal estaba frente a la
calle Chapultepec y no sobre la avenida Efraín Aguilar pues alrededor del
panteón aún existía la maleza, según cuenta uno de los trabajadores, y que al
panteón lo atravesaba una pequeña calzada de norte a sur.
Las primeras tumbas se colocaron en el área central, a lado de la
puerta que da a la calle Chapultepec; el terreno a un costado –y alejado de las
tumbas- estaría la fosa común y que ahora ya está poblado de tumbas más
recientes. Antiguamente había una zona destinada a las tumbas de los niños.
Llama la atención una tumba que destaca de entre todas tanto por el material
con que fue elaborada la lápida, la fecha de defunción, el nombre del difunto,
hasta en el diseño. Ésta lápida de estilo inglés se encuentra en una zona que
estaba destinada a ser “fosa común”; la fecha de defunción corresponde a mayo
17 de 1906. Probablemente se trate de un traslado de restos del antiguo
cementerio que existió en el terreno frente al Hotel Los Cocos, donde se
encontraba la desaparecida Plaza Baroudi.
Como se observa hay tumbas de diferentes
materiales y estructuras. En el área de las tumbas antiguas se encuentran desde
las más variadas formas en su diseño y libros de epitafio. Destaca una en
particular cuya lápida está adornada con un gran busto de yeso, en el más puro
estilo de principio de siglo. El busto se encuentra en buenas condiciones pero
el epitafio de piedra es ilegible debido al paso del tiempo. En el epitafio se
lee: Salomón Erales, nació en Hassrun, Siria, en 1853; murió en Chetumal Q. Roo
el 17 de mayo de 1941.
Muy cerca de ahí se encuentra otro busto
sobre la tumba de una mujer que llegó de China a Mérida, Yucatán, en el siglo
XIX y murió en la década de los 60 en Chetumal. Afirman los trabajadores que
esa tumba fue pagada a perpetuidad con anticipación y que nadie acudió al
funeral de la mujer pues no tenía amigos ni familiares. Hasta la fecha nadie le
lleva flores.
En medio de las tumbas antiguas se
encuentra una lápida en memoria del subteniente López; en otra zona del panteón
se encuentra la tumba de una niña que murió asfixiada por atragantarse mientras
cenaba tacos. La mayoría de las lápidas corresponde a gente que vino de Libia,
Líbano, Mérida y Belice (antes Honduras Británica) y las fechas de defunción en
las más antiguas están fechadas entre 1941 y 1966.
El estilo de las tumbas varía de acuerdo
a la época y a la región, por ejemplo, las tumbas más recientes localizadas en
la entrada principal de la avenida Efraín Aguilar y en las orillas del terreno,
presentan el estilo que predomina en los cementerios de la península con una
estructura en forma de sarcófago hecho de concreto, cubierto con loseta, libro
y el crucifijo (en caso de que el muerto haya sido católico). Una variante en
este estilo de tumbas son las construcciones a escala de casas como en la tumba
de la familia Camin. Mención aparte merece la lápida del niño beliceño
fallecido en mayo de 1906 ya que el material con el que está elaborada es de
mármol italiano.
Los trabajadores agregan que dependiendo
del material solicitado por la familia del difunto se puede conocer el nivel socioeconómico
al que perteneció; el trabajo más caro, dicen, es el realizado en granito rosa
pues cada bloque cuesta alrededor de veinte mil pesos y el tratamiento de la
piedra es más complicado.
Las tumbas más modernas tienen diseños
geométricos y minimalistas que han sido diseñadas por arquitectos. También
existen casos de gente muy pobre que nada más solicita una cruz y una placa
para identificar la tumba, o los fallecidos pertenecientes a la clase alta,
poseedores de mucha riqueza y que guardan sus restos mortales en tumbas más
sencillas, sin tanto diseño en la estructura.
En los muros del panteón se encuentran
las criptas destinadas a “la gente pobre” o que no tuvieron una sepultura
digna.
Las tumbas comenzaron a expandirse por
el terreno hasta encontrarse saturado como hasta la fecha. Una gran parte de
las tumbas más recientes son de personas que fallecieron muy jóvenes, hay niños
y niñas y adultos que no pasaban de los 45 años, pero principalmente hay tumbas
de gente que murió joven.
Ya no caben más restos y cada vez más
gente solicita un pedazo de terreno, especialmente en el área donde se
encuentran “los antiguos de Chetumal”, que es como llaman a la gente que ha
vivido en Chetumal desde su fundación. Se dice que a una sociedad se le conoce
a través de sus mercados y sus panteones, aunque los tiempos actuales no sean
un motivo de fiesta mortuoria, guardar la memoria de los muertos es parte de
nuestra cultura mexicana.
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