“Despiértenme cuando termine septiembre”, reza el título de una canción de Green Day incluida en el álbum “American idiot” de 2005, y aunque es una referencia norteamericana para el tema que abordaremos brevemente esta semana, el título parece no estar tan alejado de la realidad. Estamos en septiembre, “mes de la patria” como nos enseñaron en la escuela, y es la fecha en la que pretenden celebrar –conmemorar, festejar, lo que sea- una independencia que a simple vista parece una broma del destino, una “chiquillada de la historia”.
¿Hay razón para suplicar “despiértenme” cuando todo esto termine? Celebraciones a la patria las hay cada lunes y cada año en septiembre, cuando nos olvidamos de la miseria espiritual y económica en la que millones de mexicanos estamos condenados -¿o resignados?- a vivir, sobrevivir. No generalicemos. Una parte de los mexicanos consideran que se debe celebrar el bicentenario de la independencia pero no están seguros por qué; y la otra parte considera que el dinero gastado en spots y fiestas se debería destinar a solventar necesidades que apremian al país: disminuir el desempleo, dar educación de calidad, laica y científica, salud, asegurar vivienda y un trato laboral digno.
El panorama no se presenta favorable para todos y el horizonte se vislumbra como una eterna madrugada. “Estimaciones de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) señalan que son alrededor de 7 millones de jóvenes en edad productiva que pertenecen a este sector. No estudian y tampoco trabajan” (El Universal). México perdió al menos 170,000 empleos en el 2009, cuando cayó en su peor recesión desde la década de 1930, de la mano de su principal socio comercial, Estados Unidos. Sin olvidar los casi 28 mil muertos de una guerra que se empeña en continuar, las lágrimas derramadas por cientos de familias y las consecuencias sociales que esto implica.
Como suele suceder gran parte del país se encuentra anestesiado con spots televisivos alegres, llenos de colorido y de paisajes en los que una mujer –supuestamente mexicana pero estilizada, para ocultar rasgos autóctonos- nos muestra la “grandeza de México”. Pero ni las tomas aéreas del mar Caribe ni la sonrisa de la Miss Universo mexicana desaparecen el sentimiento de descontento, el miedo y la apatía que invade a los mexicanos.
Una celebración del bicentenario se antoja en un ambiente en el que el país tiene las armas suficientes para solventar sus problemas; cuando sus instituciones no son secuestradas por personas sin escrúpulos. Una celebración de bicentenario de la Independencia se antoja con la sonrisa de los niños que juegan en un parque, al aire libre y al sol sin el riesgo de un fuego cruzado, de ser robados. Celebrar sería maravilloso si los jóvenes de México tuvieran más y mejores oportunidades de trabajo que les permitan pensar en un futuro mejor para sí y no soñar en aparecer en “La Academia bicentenario”.
En el pecado llevamos la penitencia. Ignorantes como solemos ser, no damos una mirada al pasado y nos conformamos con el cuento rosa de la “historia oficial”. Desnudos del conocimiento estamos a merced de los medios, aquellos que lucran con la historia nacional y la miseria del pueblo, deificando imágenes de héroes utilizados como estandartes de causas ajenas a nuestro desarrollo como país, como pueblo.
Vivimos tiempos en los que el individualismo es el lema de vida. Disgregados, divididos y desnutridos, es fácil caer en la marea que nos arrastra por el camino del conformismo.
Cada año decimos “somos mexicanos y a mucha honra”. Gritamos, lloramos, nos embriagamos y lanzamos “vivas” al aire, que más que “vivaméxico” es un grito de dolor, de soledad.
¿Y qué le queda a los más jóvenes? ¿Soñar con un mundo de caramelo en el que los artículos de consumo rijan su vida en lugar de despertar y proponerse construir un mundo mejor?
Se puede encontrar una vía para construir un mundo mejor y con igualdad para todos. Podemos construir un México diferente, como siempre debió ser. La primera independencia que se consigue es la del pensamiento, la toma de decisiones.
México no depende de ningún imperio, ni siquiera de las decisiones que tomen sus líderes o de las batallas ganadas en el pasado (de las que sólo conocemos con certeza a través de los libros de historia). A México lo forjamos todos.
Cada uno tendrá su celebración muy personal. La mejor celebración sería aquella en la que la tolerancia, el respeto al derecho ajeno, el progreso, la laicicidad y el beneficio para el pueblo en todos sus niveles sean equitativos, plenos y transparentes.
Queda lugar para la reflexión… somos jóvenes, libres de pensamiento y de acciones, de nosotros depende llevar por buen camino a nuestro país. Sólo así podremos disfrutar de una verdadera independencia.
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