domingo, noviembre 26, 2006

La llama de un ángel que cae del cielo (o el principio de una seducción).


Nunca se sabe cuando comienza a formarse la espiral interna. Uno espera demasiado tiempo mientras llega esa extraña especie de marea mental, permanecemos nihilistas ante las situaciones de la vida cotidiana, sonreímos sarcásticamente al pasar frente a dos bocas que se unen o un suspiro se escucha en medio del ensordecedor silencio diurno.
No importa el lugar ni la hora, un ángel de luz –en sentido figurado- te puede fulminar en cuestión de minutos, dejándote electrizado durante horas, tal vez días. En el mayor de los casos, ese ángel incendia los sentidos. Sí, sus ojos reflejan la chispa que mantiene viva a las hermosas siluetas que deambulan por las calles, comparables con un cuadro pictórico de estilo impresionista en una exposición. Brillantes y azules. Así son las mujeres, así comienzan a mover los afectos hasta crear una espiral interna.
Al primer contacto le siguen varios más, intrínsecos y codificados. Intercambio de palabras y frases sin sentido al abrir por primera vez los labios que, más tarde, se convierten en un retrato hablado de nuestra presencia terrenal. Todo transcurre lentamente, cuadro por cuadro tratamos de registrar cada detalle de la piel y su color, del cabello, de los ojos, como leyendo un poema o una partitura musical.
Con poros abiertos guardamos las palabras –música para el alma o canto hipnotizador- y el timbre de su voz. La frecuencia en las ondas aumenta el pulso de las ideas: “besarla, mirarla, pintarla… perdernos”. Lo que provoca en nosotros la llama blanca de un ángel azul cuando cae del cielo, una espiral interna endulzada con miel de girasoles que crecen sobre sus caderas. Ella es la música y yo soy su intérprete.
“Voy planeando frágil sobre el campo desnudo de su vientre. Capturo la imagen curva del camino a la muerte momentánea. Centro magnético atrayéndome hacia el suave ombligo, abismo cósmico interminable donde la luz interna conecta con el núcleo del ángel azul”.
Dibujando constelaciones alrededor de su cabello, ella traza senderos de luz para mis pasos. Los primeros minutos después de la aparición se convierten en horas de paseos por una playa tranquila.
La marea se vuelve interminable cuando la visión se dispersa entre los sueños reales y los cuerpos egoístas. Quedan palabras perpetuadas en una memoria que no recuerda momentos similares.
Es recurrente que al despertar de los sueños de agua, nos esforcemos en no olvidar el rostro del cielo. Se olvida por un instante. Como un destello de luz se revela aquel dulce rostro como una prueba del ángel.
El tiempo se expande mientras que el deseo de volverla a ver no cesa.

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