domingo, noviembre 26, 2006

Anoche la luna observó mi cuerpo destrozado




Anoche la luna llena observo mi cuerpo desangrado sobre el asfalto. La pesadez de la carne y los huesos desapareció como la última palabra que salió de mi boca. Una luz al final del túnel me llamó y entonces supe que la hora de la eternidad había llegado. No obstante, antes de perder el peso humano mi vida parecía inalterable.
Perdido en las sombras de vidas pasadas, las tardes se me fueron en un soñar despierto, fumando lunas y bebiendo las gotas destiladas de una pared que guardaba los recuerdos de amores pasajeros.
Lo sé, la sangre es fría en este punto y me resulta difícil comprender por qué las venas se dilataban al observar los cuerpos desnudos. No siento nada ni siquiera mi propia muerte en vida… cada día moría un poco más.
Hoy la sangre no hierve.
Lloré por los corazones ciegos y vacíos, visité los rincones del universo donde las migajas del amor se me ofrecían como dosis de anfetaminas. La adicción más fuerte que experimenté fue la que jamás tuve.
Anoche la luna llena observó mi cuerpo despedazado sobre la mancha de combustible. Las ruedas del reloj determinaron el momento en que mi humanidad sería arrebatada por los ángeles. Dios existe si acaso existe también el principio creador: el Big Bang.
El camino era angosto y la niebla cubría el paisaje nocturno. Los acontecimientos sucedían a toda velocidad pero en mi percepción, las horas parecían expandirse. Ausencia de humedad en mis labios y en mis ojos: ¿acaso mi alma se había convertido en un desierto?
Caminando solo por rutas desconocidas de la vida, acompañado por mi pensamiento, elegí la ruta que no debía: la soledad nihilista.
Anoche mis ojos observaron mi cuerpo destrozado sobre el asfalto. En mi frente había una herida y otras dos en el pecho. Lo que alguna vez fueron mis ojos se tornaron dos girasoles con unas esferas de cristal en el centro. La imagen: una pálida silueta delgada, casi anoréxica con su cabello oscuro.
Unas cuantas palabras distrajeron mi atención: “Sonríe, por favor”. Ella lo sabía, mi sonrisa había desaparecido años atrás. Ladrona nocturna que bailaba en mis sueños diurnos se llevó mi vida a donde nadie pudiese recuperarla.
Anoche la luna observó mi cuerpo sediento de amor y cubierto de un calor asfixiante. Mi alma deseaba salir de un cuerpo deforme, de este montón de huesos que aún sigue vivo y que no es el mismo de ayer. La noche trajo la liberación de mi alma amurallada, su arma fue la voz del deseo nocturno y su medio, un cuerpo recreado en la orilla de mis dedos. Anoche… anoche ya no me acuerdo.

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