CHETUMAL.- La ciudad capital se encuentra en continuo crecimiento poblacional, compuesta por nuevos chetumaleños nacidos en esta tierra o nuevos residentes en el estado que, al sentar sus raíces, aportan nuevas formas de percibir la realidad, diferentes maneras de convivencia pero siempre abiertos al diálogo de las ideas y al respeto de diferentes formas de vida.
A este crecimiento poblacional se suma el crecimiento de la mancha urbana, lo que conlleva a muchas áreas de demanda ciudadana. Pero en este caso enfocaremos la reflexión hacia los espacios públicos y la necesidad de crear centros de desarrollo cultural “alternativo”, aquel que no recibe becas federales o estatales y mantiene constante contacto con el sentir de la sociedad, ajeno a toda estructura establecida, moviendo sus tentáculos hacia terrenos olvidados por los artistas “oficiales”.
En la desazón de la vida diaria se antojan espacios alternativos a las opciones establecidas desde hace muchos años tales como los bares con karaoke, video bares, barras lounge y discotecas, que si bien satisfacen el gusto de algún sector de la población, otros sectores tienen que buscar los espacios de su gusto de manera casi “subterránea”, como no sean los espacios desperdiciados de la Secretaría de Cultura, descuidando la programación de eventos artísticos y culturales de su plantilla estudiantil, muy aparte de los gustados festivales de fin de curso.
Encontrar un foro para montar un monólogo entre los espacios físicos con los que cuenta la ciudad es como encontrar agua en medio del desierto. Al menos para quien no forma parte de la instancia de cultura estatal. Pero más allá de la pertenencia a un sector, el artista necesita la certeza de la libertad creativa y de expresión, exige los espacios donde pueda compartir su obra “a veces chocante, a veces pretenciosa pero brillante”, sin las limitaciones y tratos déspotas a los que se enfrenta en los recintos oficiales de cultura.
Urgen los espacios alternativos de arte y cultura. Hace 20 años, en el verano de 1991, un grupo de promotores culturales, artistas locales y coleccionistas de libros y discos de Chetumal llevaron a cabo la instalación del primer jardín del arte y tianguis cultural en el Parque de la Alameda. Funcionó durante cuatro meses aproximadamente, cada domingo a partir de las 6 de la tarde en un ambiente tranquilo, fresco y con unos pocos puestos de venta de libros usados, discos de rock o folk o de cualquier cosa que pudiera ser de interés para algún coleccionista perdido. Además de la venta de objetos, libros y discos, regularmente se presentaban pequeñas obras de teatro y cada semana había un grupo de rock. Fue así como retomó vuelo el ave del rock en Chetumal. Cuatro meses duró y ese espacio se perdió.
Hagamos un gran salto en el tiempo para encontrarnos con la actualidad en donde vemos un mosaico multicolor de formas de vida y expresiones y donde las nuevas tendencias artísticas encuentran terreno fértil en las jóvenes mentes del siglo XXI. Esta generación encontró en la red Internet el lugar perfecto para expresarse y erigirse como jóvenes de su tiempo con un discurso tan importante como la generación adulta, aquella que le tocó vivir tiempos de cambio y que desembocó en el desencanto del sueño neoliberal. Pero nunca es suficiente el espacio virtual, pues limita la producción y la difusión de la obra a un grupo reducido y selecto de espectadores, oyentes o coleccionistas. Contrario a los objetivos de un programa estatal enfocado a la cultura y las artes, el arte en sí mismo no puede permanecer encerrado entre las paredes de una oficina burocrática, deformándose hasta alcanzar el nivel de melcocha retórica. Asimismo el quehacer cultural, producto del día a día de una sociedad, no debe estar limitado a lo establecido ni a las barreras generacionales.
Los jóvenes son una bomba de hormonas y energía que si reprimimos, generaríamos una sobrecarga emocional, parecida a la reacción en cadena dentro de un reactor nuclear. Estudios indican que el cerebro de los jóvenes se encuentra en un estado similar al de una esponja absorbiendo todo el conocimiento necesario, siempre y cuando se trate de un área de su interés; asimismo se encuentran mentalmente disponibles a emprender proyectos que desemboquen en grandes empresas u obras artísticas de gran sensibilidad y calidad técnica.
Un jardín del arte, más que un espacio para la exposición de cuadros pictóricos y un foro abierto para los intérpretes y creadores, debe ser el centro donde se respire la diversidad en todas las formas, un centro generador de las ideas novedosas, ampliando los espacios de participación y colaboración individual y colectiva, desde el ámbito socio cultural.
Desafortunadamente las iniciativas oficiales nunca trascienden ni perduran ya sea por la falta de recursos o la falta de interés en una empresa sin ganancias aseguradas. Ante tantos espacios abandonados en diferentes parques de tradición en la ciudad, los jardines del arte se antojan imprescindibles para la capital del estado con un clima y ubicación geográfica envidiables. Detrás de las viejas escuelas y las normas establecidas persiste la presencia de una cultura alternativa en espera de su gran grito aterciopelado resonando en el cielo de la tolerancia, trascendiendo a las fronteras del conocimiento.
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