En lo que va del año una serie de sensaciones anidaron en mi interior al punto que no cesaba de repetirme: “ya no sé quién soy”. Solía ser músico, guitarrista clásico y eléctrico, escribía música para mí, para mi banda y para algunos grupos artísticos del Distrito Federal y Chetumal. El exceso de trabajo en estos ambientes editoriales mermaron mi tiempo y la música quedó relegada al rincón de los trebejos. Creí que mi naturaleza artística había muerto para siempre; tocar mi instrumento era la manera más sencilla de volar por encima de todos –durante la adolescencia- y encontrar una cura a mis dolencias espirituales propias de la edad. Cuando decidí tomar a la música como una profesión universitaria y de alto rendimiento, ésta se había convertido en mi pasión, mi extraña forma de vida. Y necesitaba pensar en cómo vivir de ella, urgentemente.
Trabajé como músico en la Ciudad de México en diversas actividades y proyectos, enseñé guitarra clásica durante dos años y hasta escribí una suite para un cuento radiofónico que alguien me robó. En 2004 regresé a Chetumal casi a la deriva moral, sin saber qué hacer y sin trabajo.
En Chetumal no hay campo de trabajo para aquellos que hayan tomado a las artes como una forma de vida. Para hacernos “productivos” ante la sociedad recurrimos a diversas actividades como el entretenimiento para fiestas, música versátil para amenizar bodas y comilonas (aunque nadie escucha absolutamente nada), el diseño publicitario, entre otras actividades que si bien nos dejan para pagar la renta eclipsan el espíritu creador del artista. Ya hablé del cáncer del artista: su propio ego. Eso no es tan grave pues el ego no es el único enemigo del artista sino la sociedad y sus propios colegas.
Un artista se prepara durante años en el perfeccionamiento de su técnica (ya sean actores, escritores, artistas plásticos y músicos), misma que no es gratuita sobre todo si se quiere aprender de los mejores; unos gastan en cuerdas, en el instrumento o equipo de audio, tela para lienzos, pinturas, pinceles, vestuario, libros, papel, computadoras, partituras, libretos, puntas, zapatillas de jazz, maquillaje, y un largo etcétera. Además del gasto en equipo y material de trabajo está el pago de honorarios y sus respectivos impuestos. El “artista muerto de hambre” es un mito clasemediero inventado por alguien que quiso ser artista y sus padres no se lo permitieron… bueno, no, en realidad es un mito que la burguesía y la clase media se empeñan en fomentar cerrando las fuentes de trabajo para nosotros y educa a la masa en la chatarra artística más inmediata y efímera.
¿Por qué dejé de hacer música en Chetumal? No fue por el trabajo ya que durante el primer año que pasé siendo reportero de cultura me quedaba tiempo para escribir música, misma que se transmitía en un programa de radio; participé en algunos recitales de música popular, de jazz y rock. No fue ni siquiera la falta de estudio de mi instrumento y la consecuente parálisis muscular. Tampoco fue porque se hayan agotado las ideas pues durante el fin de semana pasado escribí nuevos temas, para mí, pero los escribí con la facilidad y soltura de antes.
No hay pretextos. Dejé de escribir música porque en esta ciudad el arte está subvalorado, se regatea, se ningunea y sólo se le paga a los extranjeros (¿acaso ellos son los únicos que saben de arte?). Desde el director de cualquier escuela de música, kinder y secundaria, hasta el dramaturgo, el mimo o la coreógrafa obsesionada con que la música se adapte a los movimientos del bailarín (y a los berrinches de la propia coreógrafa), los dueños de bares, las casas de cultura, las secretarías de educación, las de cultura, los mismos artistas y la lista es interminable.
Los artistas también se registran ante Hacienda para pagar impuestos por el servicio que prestan. Sí, entretenerlos es un servicio, ¿a poco creen que por hacerlos reír o amenizar sus noches de seducción con música romántica es de a gratis?, ¡por supuesto que no!, somos profesionistas como los abogados, ingenieros, los médicos y administradores. No somos usureros del arte aunque existen artistas chabacanos. La culpa la tenemos nosotros y la misma sociedad educada en un sistema que no contempla al arte como un producto sino como una carga innecesaria (¿para qué pagar por una serie de ideas revolucionarias o un montón de ruido que no entiende la masa?).
La inmensa mayoría de las personas creen que un artista es sólo aquel que sale en los programas de televisión como Lacrademia o el Big Brother; el joven que pinta o la hermosa chica que se mueve como cisne, no son artistas, sólo les gusta pintar y bailar. Por culpa de mercenarios como Sebastián, los gobiernos no pagan a los artistas de manera justa, pagamos justos por pecadores.
No nos convertiremos en millonarios pero tenemos que pagar renta, impuestos, material de trabajo; los que tienen familia que mantener no viven con doscientos pesos por la musicalización de una obra teatral (aunque al final esa obra gane un premio en efectivo) ni pagan los útiles escolares de los hijos. La vida moderna se basa en el valor que una persona adquiere al acumular objetos y baratijas que no sirven para nada. Es más barato invertir en una máquina de karaoke que invitar a un grupo para amenizar la fiesta.
Existen dos polos: los que consumen arte y pagan cualquier precio porque saben el valor que tienen las expresiones artísticas y su producción; y por otro lado están los que consumen chatarra del entretenimiento, los que pagan veinte pesos por un disco pirata pero no pagarían cincuenta u ochenta pesos por una obra de teatro o un concierto de jazz. En Chetumal es así.
En la ciudad hay talento en bruto y otros que merecen presentarse en foros bien iluminados y sonorizados, cada producción cuesta y no sólo hay que recuperar la inversión, también hay que pagarle a los músicos, bailarines, a todo el personal artístico y de staff. Pero siempre es el “no hay no hay”. No hay presupuesto, es sólo por amor al arte.
Amo el arte. La música es mi pasión y aunque escriba en este periódico (que igual me gusta hacerlo), jamás abandonaré la música: escribiré música para mí. Mientras siga habiendo “amiguismo” en Chetumal, el arte será un remedo de la vida y los productos finales serán los más chabacanos y, con justa razón, la gente no querrá asistir a escuchar o admirar el trabajo artístico.
No morimos de hambre, sólo se muere el espíritu creador. Las musas son utopías y de aplausos no vive el payaso.
Trabajé como músico en la Ciudad de México en diversas actividades y proyectos, enseñé guitarra clásica durante dos años y hasta escribí una suite para un cuento radiofónico que alguien me robó. En 2004 regresé a Chetumal casi a la deriva moral, sin saber qué hacer y sin trabajo.
En Chetumal no hay campo de trabajo para aquellos que hayan tomado a las artes como una forma de vida. Para hacernos “productivos” ante la sociedad recurrimos a diversas actividades como el entretenimiento para fiestas, música versátil para amenizar bodas y comilonas (aunque nadie escucha absolutamente nada), el diseño publicitario, entre otras actividades que si bien nos dejan para pagar la renta eclipsan el espíritu creador del artista. Ya hablé del cáncer del artista: su propio ego. Eso no es tan grave pues el ego no es el único enemigo del artista sino la sociedad y sus propios colegas.
Un artista se prepara durante años en el perfeccionamiento de su técnica (ya sean actores, escritores, artistas plásticos y músicos), misma que no es gratuita sobre todo si se quiere aprender de los mejores; unos gastan en cuerdas, en el instrumento o equipo de audio, tela para lienzos, pinturas, pinceles, vestuario, libros, papel, computadoras, partituras, libretos, puntas, zapatillas de jazz, maquillaje, y un largo etcétera. Además del gasto en equipo y material de trabajo está el pago de honorarios y sus respectivos impuestos. El “artista muerto de hambre” es un mito clasemediero inventado por alguien que quiso ser artista y sus padres no se lo permitieron… bueno, no, en realidad es un mito que la burguesía y la clase media se empeñan en fomentar cerrando las fuentes de trabajo para nosotros y educa a la masa en la chatarra artística más inmediata y efímera.
¿Por qué dejé de hacer música en Chetumal? No fue por el trabajo ya que durante el primer año que pasé siendo reportero de cultura me quedaba tiempo para escribir música, misma que se transmitía en un programa de radio; participé en algunos recitales de música popular, de jazz y rock. No fue ni siquiera la falta de estudio de mi instrumento y la consecuente parálisis muscular. Tampoco fue porque se hayan agotado las ideas pues durante el fin de semana pasado escribí nuevos temas, para mí, pero los escribí con la facilidad y soltura de antes.
No hay pretextos. Dejé de escribir música porque en esta ciudad el arte está subvalorado, se regatea, se ningunea y sólo se le paga a los extranjeros (¿acaso ellos son los únicos que saben de arte?). Desde el director de cualquier escuela de música, kinder y secundaria, hasta el dramaturgo, el mimo o la coreógrafa obsesionada con que la música se adapte a los movimientos del bailarín (y a los berrinches de la propia coreógrafa), los dueños de bares, las casas de cultura, las secretarías de educación, las de cultura, los mismos artistas y la lista es interminable.
Los artistas también se registran ante Hacienda para pagar impuestos por el servicio que prestan. Sí, entretenerlos es un servicio, ¿a poco creen que por hacerlos reír o amenizar sus noches de seducción con música romántica es de a gratis?, ¡por supuesto que no!, somos profesionistas como los abogados, ingenieros, los médicos y administradores. No somos usureros del arte aunque existen artistas chabacanos. La culpa la tenemos nosotros y la misma sociedad educada en un sistema que no contempla al arte como un producto sino como una carga innecesaria (¿para qué pagar por una serie de ideas revolucionarias o un montón de ruido que no entiende la masa?).
La inmensa mayoría de las personas creen que un artista es sólo aquel que sale en los programas de televisión como Lacrademia o el Big Brother; el joven que pinta o la hermosa chica que se mueve como cisne, no son artistas, sólo les gusta pintar y bailar. Por culpa de mercenarios como Sebastián, los gobiernos no pagan a los artistas de manera justa, pagamos justos por pecadores.
No nos convertiremos en millonarios pero tenemos que pagar renta, impuestos, material de trabajo; los que tienen familia que mantener no viven con doscientos pesos por la musicalización de una obra teatral (aunque al final esa obra gane un premio en efectivo) ni pagan los útiles escolares de los hijos. La vida moderna se basa en el valor que una persona adquiere al acumular objetos y baratijas que no sirven para nada. Es más barato invertir en una máquina de karaoke que invitar a un grupo para amenizar la fiesta.
Existen dos polos: los que consumen arte y pagan cualquier precio porque saben el valor que tienen las expresiones artísticas y su producción; y por otro lado están los que consumen chatarra del entretenimiento, los que pagan veinte pesos por un disco pirata pero no pagarían cincuenta u ochenta pesos por una obra de teatro o un concierto de jazz. En Chetumal es así.
En la ciudad hay talento en bruto y otros que merecen presentarse en foros bien iluminados y sonorizados, cada producción cuesta y no sólo hay que recuperar la inversión, también hay que pagarle a los músicos, bailarines, a todo el personal artístico y de staff. Pero siempre es el “no hay no hay”. No hay presupuesto, es sólo por amor al arte.
Amo el arte. La música es mi pasión y aunque escriba en este periódico (que igual me gusta hacerlo), jamás abandonaré la música: escribiré música para mí. Mientras siga habiendo “amiguismo” en Chetumal, el arte será un remedo de la vida y los productos finales serán los más chabacanos y, con justa razón, la gente no querrá asistir a escuchar o admirar el trabajo artístico.
No morimos de hambre, sólo se muere el espíritu creador. Las musas son utopías y de aplausos no vive el payaso.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario