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Siempre he dicho que todo ser humano es el reflejo de los primeros años vividos en el seno familiar; por ejemplo, cualquier delincuente juvenil con un largo historial delictivo tiene un pasado lleno de ausencias escolares, maltrato psicológico y violencia intrafamiliar, padres o hermanos delincuentes. Una persona que no reciba una educación integral que abarque la ética, la moral, las artes y las ciencias, estará destinado a convertirse: o en delincuente juvenil, títere del sistema, o en carne de cañón de una empresa que absorberá su alma hasta convertirlo en una pálida caricatura de la dignidad humana
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Hay muchas actividades en las que se puede canalizar la ira contenida, la tristeza infinita y la frustración de todo joven (ojo, no veamos a la frustración como lo ven los “miserables excelentes” de la superación personal), desde escribir los pensamientos, sentimientos e ideas latentes durante las vacías horas de clase en la preparatoria, pasando por el trazo de imágenes creadas en la mente ahogada de ansiedad o mejor aún, cantar la soledad en medio de una oscuridad que aparentemente no tiene final.
¿Por qué afirmo que las penas con arte son buenas? Porque, como todos, también he experimentado la melancolía y la tristeza infinita, he pasado noches de insomnio pensando en dónde diablos estará pasando la noche aquella que me dejó bajo una nube de desamor, y en cada momento así es mejor dejar huella indeleble de la expresión humana que una mancha de sangre en el piso.
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Dicen que del arte todos se mueren de hambre. Escribir es un arte y no me he muerto de hambre, soy músico profesional y no ando de gira en este momento pero igual me llegan proyectos interesantes, he nutrido mi mundo y experimento episodios críticos en mi vida sentimental, pero siempre hay una forma de canalizar constructivamente todo aquello que nos daña.
Repito: hay que dejar huella de nuestros pasos por la Tierra. En una entrevista –hace unos años- afirmé que “mi música será el eco de mi paso por la vida”. Hay que buscar lo verdaderamente trascendente y olvidarse de lo monetario por un momento. Las crisis de la adolescencia tienen remedio, hay que tener el valor de pararse contra el mundo, cuestionar sus instituciones y sus dirigentes para establecer los parámetros de lo que uno quiere ser y hacer en la vida.
La única huella que se borra, con agua y jabón, es la de la sangre en el suelo, y esa, mis chavos, se olvida pronto.
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