lunes, septiembre 03, 2007

Los cuadernos ajenos no se rayan… por eso, consíguete el tuyo.

Parece que entre los seres humanos hay reglas no escritas que se tienen que respetar casi de manera sagrada. El violar alguna de estas reglas supone una guerra interpersonal o algo semejante a los pecados mortales (para el que crea en la chapucería judeocristiana sobre los pecados, claro) al grado de provocar rupturas entre amigos, rencores eternos y alguno que otro berrinche propio de los seres humanos.
De la misma manera el ser humano es una criatura insatisfecha por naturaleza, lo cual se refleja en su consumo desmedido de productos que a la larga no sirven para nada. En este sentido hay seres humanos que de verdad nos pueden servir para muchas cosas, por ejemplo, los amigos. Y es que los amigos son esas personas que, aunque pasen los años y las distancias territoriales y mentales parezcan largas, siempre vamos a contar con ellos en todo momento. Con los amigos puedes tirar netas sin correr el riesgo de recibir un buen golpe en la cara; te emborrachas o viajas a lugares insospechados, compartes momentos, imágenes, discos: un amigo es un socio de vida, compañero de viaje y de lucha y hasta te presta dinero sin cobrarte demasiados intereses. Bueno, hay quienes sí se manchan en este sentido.
Pero ¿qué pasa cuando entre dos amigos de toda la vida llega “la manzana de la discordia”? (sean amigos o amigas). Uno de los dos tendrá mejor suerte en el terreno de las relaciones amorosas: todo un galancete o la chava más deseada de la prepa. Se puede no cumplir estos requisitos pero, vayamos despacio para luego caer subrepticiamente a un abismo del que pocos pueden salir. ¿Quién no se ha enamorado de la novia o del novio de nuestro mejor amigo o amiga? El que responda negativamente estará diciendo una mentira de proporciones titánicas pues todos, en algún momento de nuestra vida, hemos sentido algo hacia una persona que no está con nosotros.
Para empezar, las personas no son objetos que deban ser “meados territorialmente” como lo hacen los animales. El machismo institucionalizado ha cometido la atrocidad de hacernos creer que las mujeres son objetos que deben estar en nuestras manos a como de lugar; el feminismo -en todas sus vertientes- aunque mantiene el “dogma” de que las mujeres no necesitan de ningún hombre para vivir, a más de una le encanta asistir a shows de strippers y cantar canciones de “duro contra ellos”. En síntesis: no existe un respeto real hacia los semejantes, hombres o mujeres.
El respeto es una de esas reglas universales que constantemente se rompen. Sabemos que si una persona está con otra, será por alguna buena razón o muchas. Todos somos únicos en el mundo cual huellas dactilares, con características propias y un universo bien definido. Lo que nos hace diferentes entre sí es el “contenido neto”… ¡vaya!, ¡el relleno cremosito!
Ahora bien, tan insatisfechos y egoístas como somos, cuando un amigo empieza a salir con la chava en turno (aplíquese también con mujeres, gays o lesbianas, según sea el caso) nos apresuramos a encontrar en nuestro amigo todos los defectos conocidos o por conocerse. Muchos contienen la ira (o envidia) y saben muy bien que a un amigo se le profesa el mayor respeto y que la confianza depositada en nosotros es parte del código de ética humana que debemos seguir. Deseamos lo que no podemos tener.
La tentación persiste, la razón debe estar en equilibrio con las emociones o nos aproximaríamos al comportamiento animal. Los lazos de amistad son los más fuertes que existen en el mundo, ninguna relación amorosa debe ser motivo para romperlos ni mucho menos para crear conflictos graves donde antes no los había.
Hace muchos años tuve un gran amigo en la preparatoria. Solíamos tocar la guitarra en todas partes: en la prepa, en la calle de su casa, en los parques y hasta en el camión que tomábamos para ir a la escuela. Nos prestábamos discos e íbamos a fiestas de amigos en común, era una amistad muy chida. Un día me presentó a una chica que conoció hacía un tiempo; me gustó la mujer pero de ahí no pasó. Tiempo más tarde fuimos a visitarla a su casa, con las guitarras y toda la cosa, hasta tocamos un buen de rolas que nos gustaban. Se dio una atracción entre los dos; lo supe porque mi amigo me lo había dicho por teléfono al día siguiente de esa visita. La historia central es que ella y yo comenzamos una relación que poco después se acabó, ¿por qué? Porque mi amigo la frecuentaba más que yo con toda la libertad que ella no me había dado, de modo que mi “cuatacho del alma” ejerció su derecho a trabajar la tierra que le pertenece (¡chale!, qué idea tan espantosa). Nunca recibí explicación alguna, siguieron como si nada; obvio yo estaba que echaba chispas.
La amistad se terminó por culpa de una mujer (comentario sin misoginia de mi parte). Muchas amistades entrañables se han acabado por un “amor”. Sin más argumentos lo cierto es que los amigos merecen respeto, así sea de amigo a amigo, de amigo a la pareja y viceversa. La confianza está implícita en las relaciones humanas pero jamás debe ser pisoteada.
No sé si he sido tonto o tengo bien cimentado mi valor ético pero, jamás he rayado los cuadernos ajenos. Prefiero conservar a mis amigos porque nunca sabe uno cuando los vamos a necesitar. En cambio, los “amores” vienen y van, lo único perdurable en verdad es una cicatriz de una operación del apéndice. Todos valemos tanto y no vale la pena perder a los amigos y a las personas que a nuestro lado comparten la miel amarga del amor. Es cierto, el rencor envenena la sangre mientras que otros celebran al máximo, díganme ¿acaso vale la pena amargarse por conflictos de amor entre amigos?
Hasta la fecha no encuentro una explicación a estos misterios de la humanidad y prefiero no encontrarla, muchas veces me lo pregunté y perdí una parte importante de mi vida, de personas realmente chidas y experiencias maravillosas. Estoy a tiempo, nunca es tarde.
La amistad, con todo lo que ello implica, es un lazo que va más allá de toda asociación humana; el amor es cosa de dos y de nadie más, es un sentimiento que se siente y se comparte con quien se desea estar. El deseo es tan solo un estado de ánimo estimulado por las hormonas y el egoísmo es parte de sus condimentos.
Una vez más ¿vale la pena sacrificar una amistad por un amor que posiblemente no dure para siempre? La respuesta está en cada uno de nosotros.

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