Escribir algo que no se haya dicho sobre Benito Juárez es una tarea harto complicada para alguien que no profundiza todos los días en las páginas de la historia de México del siglo XIX. Tampoco es conveniente ni ético escribir una historia fantasiosa –como las que leemos en los libros de texto gratuitos- en torno al “Benemérito de las Américas”, historias llenas de mitos e inconsistencias históricas.
Sin embargo no podemos negar que Benito Juárez fue uno de los más grandes estadistas que este país haya tenido en los casi doscientos años de ¿independencia? Desde su desempeño en la Suprema Corte de Justicia durante el gobierno liberal de Ignacio Comonfort hasta su ascenso como presidente constitucional de la república en 1861 –anteriormente fue presidente tras la renuncia de Comonfort hasta 1861-, Juárez enfrentó los levantamientos de los políticos conservadores a los cuales derrotó tras la Guerra de los Tres Años (Guerra de Reforma).
Benito Juárez nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806. De origen zapoteca, inició sus estudios para sacerdote pero los abandonó e ingresó al Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, donde se graduó de abogado. Fue gobernador de su estado de 1847 a 1852. Encarcelado y desterrado durante el gobierno de Santa Anna, volvió a México para sumarse a la revolución liberal abanderada por el Plan de Ayutla para derrocar a Santa Anna. Menciona Juan Brom que “la actuación de Juárez hace ver su plena incorporación a la cultura y a las concepciones de los liberales radicales, que produjo un gran avance histórico para el país (…). Se caracterizó por su firmeza, su apego a las leyes del país y su honestidad personal. Las acciones que encabezó, como la separación de la Iglesia del Estado, fueron decisivas para la modernización de México y la consolidación de la independencia nacional.”
A más de 200 años de su natalicio, surgen interrogantes justo en el momento en que México atraviesa una crisis ideológica, económica y de seguridad nacional. Mi generación creció con el cuento de hadas del “humilde pastorcito”; generación que creció siendo “clasemediera”, enajenada con la televisión y dividida ideológicamente: habemos progresistas y conformistas. Los “progresistas” se inclinan hacia una solución que favorezca a todos por igual, el desarrollo de la ciencia y las artes hacia la construcción de un país en el que la desigualdad social haya sido frenada y las leyes se cumplan al pie de la letra. Los conformistas, por su parte, son aquellos que se adhirieron a ideologías de excelencia y éxito instantáneos; ideas cimentadas sobre una fe y la ilusión de que todo está bien, que buscan satisfacer sus intereses personales por encima de cualquier persona sin importarle que el país se esté yendo al hoyo: tiempo es dinero, el poder lo es todo. Las oligarquías.
¿Por qué hago esta descripción de mi generación dentro de un tema serio como lo es Benito Juárez? Porque mi generación es el experimento de un sistema que busca homogeneizar a las futuras generaciones, creando analfabetas funcionales, ciudadanos a los que la figura de Benito Juárez represente únicamente un personaje en los billetes de más baja denominación que al maltratarse queden inservibles y sin valor. Nada significa la figura de Benito Juárez para las generaciones nacidas después de 1985, a quienes únicamente les interesa el dinero y cómo gastarlo.
El tiempo presente. Tiempos en que las personalidades religiosas buscan un protagonismo en los asuntos del Estado pero también, el Estado se encuentra en manos de de gente que da mucha importancia al clero. La laicicidad del Estado y de la educación no está garantizada. Las Leyes de Reforma buscaban constituir un conjunto de disposiciones destinadas a crear un Estado moderno, que no estuviera sujeto a la autoridad de la Iglesia. Cada vez notamos que los altos jerarcas religiosos utilizan los púlpitos como podios políticos, que la educación en los planteles manejados por clérigos se basa más en dogmas de fe que en razonamientos científicos.
Por otra parte, Juárez enfrentó un gobierno conservador alterno, una monarquía impuesta por este grupo y la intervención extranjera. ¿Podría concebirse una similitud entre Juárez y el llamado “presidente legítimo”?, tal vez, pero las circunstancias son diferentes. En el siglo XIX la gente no estaba tan mediatizada como en la actualidad, no existían los medios masivos de comunicación ni los artículos de consumo; mucho menos se conocía el método propagandístico de Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, que fue lo que llevó al poder al supuesto ganador de las elecciones. Conservadores sostenían batallas contra liberales: guerra civil. Tampoco se había vivido bajo una dictadura de partido con las consecuencias que conocemos: apatía por el voto, incredulidad en la democracia y acarreados.
Esta vez, el virus de la ultraderecha se ha colado en todos los sectores. Reitero, la sociedad actual es una sociedad de consumo y como tal vive de acuerdo a las reglas sociales impuestas por la burguesía y los estándares extranjeros: “si eres blanco y vistes bien, eres cool. Si eres moreno y participas en manifestaciones, eres un naco.” (Odio utilizar ésta última palabra.). La sociedad entera se inclinará por la inmediatez, por el enriquecimiento y la posición social por el simple hecho de militar dentro de un partido en manos de yuppies; esta sociedad ya perdió la fe en las revoluciones y la generación actual sólo cree en los ídolos de papel. La invasión extranjera la percibimos en la MTV y en cientos de objetos que nos rodean. Esta es la situación actual del país, tan diferente al escenario del siglo XIX.
Tomar la figura de Benito Juárez como emblema ideológico y figura revolucionaria merece una reflexión previa de lo que realmente se busca en la lucha por un país mejor. No podemos asumirlo como estandarte si no sabemos ser líderes –que no jefes- pues los líderes se rodean de gente brillante y no imponen su voluntad. No podemos llamarnos “juaristas” ni “socialistas” si nuestros actos desembocan en el beneficio personal por encima del trabajo de nuestros compatriotas. Menos aún podemos permitir que los dogmas de fe se impongan a la razón, a la lógica y a la democracia. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, Juárez lo tuvo muy claro y así debe ser siempre.
Los héroes son seres humanos, no existen los semidioses. El 21 de marzo no es día de asueto por ser el inicio de la primavera. Juárez fue -y es- mucho más que la figura impresa en los billetes de veinte pesos, fue un ser humano, brillante, con defectos y aciertos.
Si José Martí tiene una gran importancia para el pueblo cubano, ¿por qué no ha de tenerla Benito Juárez para todos los mexicanos? Culpemos a la escuela primaria, a la secundaria y al bachillerato. Culpemos a quienes lo merezcan.
Sin embargo no podemos negar que Benito Juárez fue uno de los más grandes estadistas que este país haya tenido en los casi doscientos años de ¿independencia? Desde su desempeño en la Suprema Corte de Justicia durante el gobierno liberal de Ignacio Comonfort hasta su ascenso como presidente constitucional de la república en 1861 –anteriormente fue presidente tras la renuncia de Comonfort hasta 1861-, Juárez enfrentó los levantamientos de los políticos conservadores a los cuales derrotó tras la Guerra de los Tres Años (Guerra de Reforma).
Benito Juárez nació en San Pablo Guelatao, Oaxaca, el 21 de marzo de 1806. De origen zapoteca, inició sus estudios para sacerdote pero los abandonó e ingresó al Instituto de Ciencias y Artes de Oaxaca, donde se graduó de abogado. Fue gobernador de su estado de 1847 a 1852. Encarcelado y desterrado durante el gobierno de Santa Anna, volvió a México para sumarse a la revolución liberal abanderada por el Plan de Ayutla para derrocar a Santa Anna. Menciona Juan Brom que “la actuación de Juárez hace ver su plena incorporación a la cultura y a las concepciones de los liberales radicales, que produjo un gran avance histórico para el país (…). Se caracterizó por su firmeza, su apego a las leyes del país y su honestidad personal. Las acciones que encabezó, como la separación de la Iglesia del Estado, fueron decisivas para la modernización de México y la consolidación de la independencia nacional.”
A más de 200 años de su natalicio, surgen interrogantes justo en el momento en que México atraviesa una crisis ideológica, económica y de seguridad nacional. Mi generación creció con el cuento de hadas del “humilde pastorcito”; generación que creció siendo “clasemediera”, enajenada con la televisión y dividida ideológicamente: habemos progresistas y conformistas. Los “progresistas” se inclinan hacia una solución que favorezca a todos por igual, el desarrollo de la ciencia y las artes hacia la construcción de un país en el que la desigualdad social haya sido frenada y las leyes se cumplan al pie de la letra. Los conformistas, por su parte, son aquellos que se adhirieron a ideologías de excelencia y éxito instantáneos; ideas cimentadas sobre una fe y la ilusión de que todo está bien, que buscan satisfacer sus intereses personales por encima de cualquier persona sin importarle que el país se esté yendo al hoyo: tiempo es dinero, el poder lo es todo. Las oligarquías.
¿Por qué hago esta descripción de mi generación dentro de un tema serio como lo es Benito Juárez? Porque mi generación es el experimento de un sistema que busca homogeneizar a las futuras generaciones, creando analfabetas funcionales, ciudadanos a los que la figura de Benito Juárez represente únicamente un personaje en los billetes de más baja denominación que al maltratarse queden inservibles y sin valor. Nada significa la figura de Benito Juárez para las generaciones nacidas después de 1985, a quienes únicamente les interesa el dinero y cómo gastarlo.
El tiempo presente. Tiempos en que las personalidades religiosas buscan un protagonismo en los asuntos del Estado pero también, el Estado se encuentra en manos de de gente que da mucha importancia al clero. La laicicidad del Estado y de la educación no está garantizada. Las Leyes de Reforma buscaban constituir un conjunto de disposiciones destinadas a crear un Estado moderno, que no estuviera sujeto a la autoridad de la Iglesia. Cada vez notamos que los altos jerarcas religiosos utilizan los púlpitos como podios políticos, que la educación en los planteles manejados por clérigos se basa más en dogmas de fe que en razonamientos científicos.
Por otra parte, Juárez enfrentó un gobierno conservador alterno, una monarquía impuesta por este grupo y la intervención extranjera. ¿Podría concebirse una similitud entre Juárez y el llamado “presidente legítimo”?, tal vez, pero las circunstancias son diferentes. En el siglo XIX la gente no estaba tan mediatizada como en la actualidad, no existían los medios masivos de comunicación ni los artículos de consumo; mucho menos se conocía el método propagandístico de Goebbels: “una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, que fue lo que llevó al poder al supuesto ganador de las elecciones. Conservadores sostenían batallas contra liberales: guerra civil. Tampoco se había vivido bajo una dictadura de partido con las consecuencias que conocemos: apatía por el voto, incredulidad en la democracia y acarreados.
Esta vez, el virus de la ultraderecha se ha colado en todos los sectores. Reitero, la sociedad actual es una sociedad de consumo y como tal vive de acuerdo a las reglas sociales impuestas por la burguesía y los estándares extranjeros: “si eres blanco y vistes bien, eres cool. Si eres moreno y participas en manifestaciones, eres un naco.” (Odio utilizar ésta última palabra.). La sociedad entera se inclinará por la inmediatez, por el enriquecimiento y la posición social por el simple hecho de militar dentro de un partido en manos de yuppies; esta sociedad ya perdió la fe en las revoluciones y la generación actual sólo cree en los ídolos de papel. La invasión extranjera la percibimos en la MTV y en cientos de objetos que nos rodean. Esta es la situación actual del país, tan diferente al escenario del siglo XIX.
Tomar la figura de Benito Juárez como emblema ideológico y figura revolucionaria merece una reflexión previa de lo que realmente se busca en la lucha por un país mejor. No podemos asumirlo como estandarte si no sabemos ser líderes –que no jefes- pues los líderes se rodean de gente brillante y no imponen su voluntad. No podemos llamarnos “juaristas” ni “socialistas” si nuestros actos desembocan en el beneficio personal por encima del trabajo de nuestros compatriotas. Menos aún podemos permitir que los dogmas de fe se impongan a la razón, a la lógica y a la democracia. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, Juárez lo tuvo muy claro y así debe ser siempre.
Los héroes son seres humanos, no existen los semidioses. El 21 de marzo no es día de asueto por ser el inicio de la primavera. Juárez fue -y es- mucho más que la figura impresa en los billetes de veinte pesos, fue un ser humano, brillante, con defectos y aciertos.
Si José Martí tiene una gran importancia para el pueblo cubano, ¿por qué no ha de tenerla Benito Juárez para todos los mexicanos? Culpemos a la escuela primaria, a la secundaria y al bachillerato. Culpemos a quienes lo merezcan.
Muy buen análisis, hoy en día a quién le importa Benito Juárez? Todos quieren dinero, poder, mujeres, fama y ni hablar del éxito instantáneo a cambio de pisotear al o lo que sea.
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