viernes, octubre 27, 2006

Ojos negros, mundo ordinario…


En recuerdo de los 10 años que viví en México D.F. y de los miles de ojos hermosos que descubrí en cada vagón del Metro.

No había nada más que gente desconocida a mi alrededor, al mediodía, cuando todos corren a llegar puntuales a sus trabajos o a sus clases. Eran esas horas en que la gente ya está bastante sumergida en la cotidianeidad de la vida. Desde adentro del abismo sónico se pueden ver los rostros cansados a temprana hora o a temprana edad; las miradas tristes, las miradas lascivas, las que brillan por esa extraña fuerza universal. Se pueden ver las bocas perdiéndose en un beso en un rincón y, algunas bocas abandonadas en otro rincón.
El mundo parece tan pequeño cuando lo observas dentro de un vagón del tren subterráneo.
Las historias anónimas que presencié en muchos viajes bajo tierra estuvieron acompañadas de la música que te ofrecen a cambio de unas monedas. Desde niños que deberían estar en la escuela hasta ciegos que “milagrosamente” pueden ver. Pero esa vez no era la música del vagón sino la que se escuchaba aquí dentro del abismo.
Fue en uno de esos cambios de “track” cuando apareció un par de ojos negros, expresivos, rasgados y acentuados por una tenue sombra café. La sombra de los ojos descansaba sobre una piel morena clara, suave y delicada. La dueña de tales encantos advirtió mi mirada, ni una sonrisa, solo se volvió hacia el libro que descansaba sobre sus piernas –un libro de filosofía quizás- y recogió su cabello hacia un lado, era un cabello ondulado y muy oscuro. Casi a la par de sus movimientos seductores comenzó una melancólica melodía dentro de mis oídos… un par de compases más y reconozco “Ordinary World” de Duran Duran.
No importó el número de estaciones que habían pasado, la gente subía y bajaba, pero desde dentro crecía esa visión que la casualidad o el destino habían puesto frente a mis ojos. Aquella silueta brillaba entre los cuerpos cansados y hastiados, la descripción que hacía Simon LeBon al cantar “Came in from a rainy Thursday on the avenue thought I heard you talking softly” (1) como si el resto de las personas en ese vagón desearan escuchar una voz añorada mientras caminan por la vida, en una tarde lluviosa.
Seguí los movimientos de mi “oscuro objeto del deseo” y al fin logré captar su atención. Esbocé una sonrisa. Sus movimientos se sincronizaban perfectamente con la música: la manera de tomar el libro y cambiar de página, la manera de acomodarse el cabello, su mirada, sus labios y sus manos. Se escuchaba “and I won’t cry for yesterday there’s an ordinary world” (2) y la mujer miraba hacia alguna parte. No quise saber lo que pensaba, era mejor presenciar en silencio lo que una mujer expresa con su cuerpo. Como la música misma hay que aprender ese idioma femenino.
Mi mente repetía “And as I try to make my way to the ordinary world I will learn to survive”, y la música llegaba a su fin. En ese breve instante hubiese deseado ser un libro de filosofía o de un libro de poemas de Mario Benedetti, tan solo para sentir su mirada de color nocturno y la delicadeza de sus manos.
Mi tarde tomó una dimensión diferente con tan solo observar cómo una canción se fundía con el cuerpo de una desconocida que brillaba en medio de tantos cuerpos cansados y hastiados.
No supe su nombre pero siempre recuerdo sus ojos.

(1) “Ven en un jueves lluvioso sobre la avenida. Creí escucharte hablando suavemente”.
(2) “Y no voy a llorar por el ayer, hay un mundo ordinario”.

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