viernes, septiembre 15, 2006

Lo que sintió Elliott Smith antes de cerrar los ojos…

Amanece y todo parece igual que ayer. La noche anterior fue una fiesta funeral aburrida. En comparación con mis días de la secundaria o la preparatoria, esto podría ser el principio del fin. Esta no es la ciudad de ángeles en que todo transcurre en completa calma.
Llevo treinta veranos a cuestas y la noche del fin del mundo parece tan lejana, pero hoy tengo que levantarme a escribir sobre alguien más, sobre escenarios vacíos o de rostros efímeros en la vida cotidiana.
Las confidencias de un sueño no son suficientes para llenar páginas enteras de un apartado que nadie lee. ¿Y qué importa si alguien lee mis pensamientos y mis pesadillas?
Mis pasos ya no son los mismos de ayer. Las imágenes de un futuro incierto se amarraron a una hiedra y la lluvia en los ojos se evaporó entre dosis de Sertralina.
Suenan las 7:47. Despierto al día y sumergido en la somnolencia interna arrastro los restos de la noche anterior: amargo sabor en la boca, dolor en los huesos. Mi cuerpo se entrega al ritual cotidiano de la mañana, como si mi cuerpo se hubiese ensuciado de los pecados nocturnos. No creo en el pecado original.
Del televisor salen disparados los laberintos retóricos de aquellos que se vendieron a la oleada de fiebre azul. Vomitan, desean infectarnos pero yo estoy vacunado contra la falacia fascista.
El largo camino al trabajo es un vía crucis cuando el sol quema las sombras abandonadas a la espera de un soplo de vida. Quema como ácido sobre el metal cubierto de sarro. A lo largo de la avenida se dibujan los pálidos rostros de una vida conformista que no me pertenece.
Lo sé. Hay que morir un poco para vivir. Hay que vender el alma y crucificar los sueños de la adolescencia. Pero a veces el dolor crece y deja heridas a punto de gangrenarse. Es la señal inminente de que algo no anda bien dentro de nosotros.
¿Alguna vez has sentido cómo crece un ser que no es el que solías ser? ¿Has sentido cómo se amordaza aquel joven que gritaba a los cuatro vientos que el futuro estaba en sus manos? ¿Sabes cómo se siente la idea de la muerte durante la noche y cómo te envuelve la soledad durante la madrugada?
Repetir el mismo día una y otra vez, los mismos rituales, las mismas palabras, los mismos avances, las mismas portadas y los mismos encabezados.
A veces una dosis de Valemadrina ayudaría mejor que una de Sertralina, pero para sobrevivir en este mundo moderno no sirve de nada la Moralina, esa que se come con pan enlamado.
Puedo imaginar lo que sintió Elliott Smith antes de cerrar los ojos y ceder al sueño eterno… un hastío, un dolor que desgarra un grito enmudecido, la humedad de las lágrimas ausentes, el deseo de volar.
No obstante mis deseos son más grandes e interminables. Me encanta el rojo de la sangre en los labios de una mujer, el amarillo de los girasoles que cubren su vientre desnudo, el azul de unos ojos o del mar que nos arrulla en una oleada de éxtasis infinito, el negro del universo sobre sus hombros… las horas expandidas entre las sábanas, entre tazas de té.
Aún no llega mi hora de morir. Sobreviviré para morir lentamente mientras el dolor cede… aunque este mundo no me guste.

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